Muchos de los que han criticado a Rafa Nadal por su nombramiento como embajador del tenis de Arabia Saudí, olvidan, por ejemplo, que España es el octavo exportador mundial de armas a Arabia Saudí por valor de 950 millones de dólares.

Olvidamos, igualmente, que la Copa Mundial de fútbol se celebró en Catar, que no es precisamente un Estado que respete los derechos humanos. Que yo sepa ningún país, entre ellos España, renunció a participar en ese mundial.

Se da la circunstancia de que nuestro país mantiene unas magnificas relaciones no solo personales auspiciadas por el rey emérito sino también diplomáticas con el reino alauita.

Personalmente, no me gusta la decisión que ha tomado Rafa Nadal de representar a un país cuyo régimen es una monarquía absolutista que no respeta las libertades de sus ciudadanos ni los derechos humanos. Máxime cuando Rafa Nadal, uno de los mejores deportistas que ha tenido  España es un referente para muchos ciudadanos que han visto en el tenista español un ejemplo de lucha, trabajo y tenacidad.

¿Qué necesidad tenía después de un brillante palmarés, difícilmente igualable de aceptar la oferta económica de Arabia Saudí, de la que se desconoce la cifra final, de manchar su imagen personal?