La conmemoración del 50º aniversario de la muerte de Franco que el Gobierno ha preparado para este año con más de un centenar de actos, del que todavía no conocemos su coste, obedece, claramente, a una estrategia política y comunicativa de Pedro Sánchez para enfrentar de nuevo a los españoles, bajo la amenaza de la llegada al poder de la ultraderecha. El mismo discurso que mantuvo durante la campaña electoral y que le dio buenos resultados.

A diferencia de lo que ocurrió durante la Transición donde fue posible el entendimiento entre diferentes fuerzas políticas que, ideológicamente, estaban en posiciones muy distantes, como era el PCE y Alianza Popular, pero hicieron un esfuerzo por encontrar vías de consenso; la situación política actual va en la dirección contraria, con una enorme polarización en la vida pública que se ha trasladado también a la calle.

Dividir y enfrentar de nuevo a los españoles, no es la mejor manera de rebajar la crispación política y de ayudar a la reconciliación.

Sánchez saca a pasear a Franco según la conveniencia política del momento. Ahora le viene bien para que no se hable de la situación jurídica que afecta directamente a su mujer y su hermano, ambos imputados y con un fiscal general del Estado, imputado por un presunto delito de revelación de secretos. Eso, sin mencionar, al que ha sido su mano derecha, secretario general del PSOE y ministro de Transportes, José Luis Ávalos.

Franco murió en la cama. La libertad no empezó hace 50 años. La democracia llegó a este país cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas en el año 77, que ganó la UCD. Lo que se quiere conmemorar ahora es la muerte del dictador Franco. La única celebración posible es la Constitución del 78. Un conjunto de normas que nos dimos los españoles para dejar atrás la dictadura y fortalecernos como país.

Decenas de intelectuales, muchos de los cuales lucharon contra el régimen franquista, han firmado un manifiesto en contra de esta celebración. Entre ellos, Juan Luis Cebrián, primer director del periódico El País, un medio de comunicación que se posicionó claramente contra el franquismo o el filósofo Fernando Savater, incansable defensor de la democracia.

Para conseguir el sistema de libertades y de democracia que gozamos hoy los españoles fue necesario dotarnos de un instrumento, llamado Constitución,  que fue votada de forma mayoritaria por todos los españoles. En ese gran acuerdo estuvo también el PCE de Santiago Carrillo. Como decía un profesor de Filosofía, había buena fe. Hoy no la hay. Hoy sería impensable contar con un partido como Izquierda Unida, heredero del PCE, en un acuerdo de esta naturaleza. Un partido, socio del Gobierno,  que hoy asistía a la toma de posesión de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela y que no ha condenado la dictadura venezolana.

La mayoría de españoles lo que quiere es mirar hacia el futuro y no revolver las miserias del pasado. En este país hubo un gran pacto de Estado que ayudó a cerrar las heridas que abrió la Guerra Civil. Hasta la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero, que se encargó de abrir el guerracivilismo como una forma de hacer política, de Franco no se acordaba nadie. Fue a raíz de su Ley de Memoria Histórica, ahora llamada Ley de Memoria Democrática, la que ayudó a reabrir las viejas heridas de la Guerra Civil, volviendo a enfrentar a los españoles en dos bandos.

A  Pedro Sánchez como a José Luis Rodríguez Zapatero solo le preocupan los dictadores muertos, pero callan ante los dictadores vivos, como Nicolás Maduro, no condenando un régimen dictatorial como Venezuela, cuyo presidente hacia efectivo hoy un golpe de Estado, autoproclamándose presidente de Venezuela, pese a haber perdido las elecciones. ¿Se ha manifestado la izquierda para condenar estos hechos? No.

No solo no lo han condenado sino que algunos partidos, como Podemos o IU, reconocen el triunfo electoral de Maduro y su legitimidad como presidente del país caribeño. Pero aquí, el problema sigue siendo Franco, 50 años después de su muerte.