Mientras el PSOE asume el desgaste y el PP no termina de despegar, Vox es el partido que más está creciendo, según todas las encuestas de opinión. También lo hace Podemos a costa de los votos de Sumar.
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo ha tratado de desmarcarse de Vox después de que los de Abascal le reprocharan el voto afirmativo al nuevo decreto pactado con Junts de revalorización de las pensiones. La posición de Vox es rechazo frontal a todas las iniciativas del Gobierno. Una posición difícil de entender cuando estas afectan a temas sociales, como son las pensiones, el bono al transporte o las ayudas a la dana y al volcán de la Palma. Pero en esa estrategia de confrontación permanente están.
A pesar del desgaste del Gobierno, el PP no es capaz de sacar una ventaja electoral amplia que le permita prescindir de los votos de Vox ante un eventual adelanto electoral.
Feijóo tiene que lidiar dentro de un partido donde existen diferentes corrientes ideológicas, algunas muy próximas a Vox, como puede ser el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
El líder del PP ha ido endureciendo su discurso, sobre todo en temas de inmigración, en línea con el resto de países europeos, para captar el voto de Vox.
Los bandazos de Núñez Feijóo desconciertan a más de uno. Vino de Galicia bajo la apariencia de la moderación y le hemos conocido diferentes caras.
El giro del PP para votar finalmente a favor del decreto pactado con Junts ha generado división de opiniones dentro de la formación conservadora, desde los que piensan que al enemigo ni agua hasta los más proclives a llegar a acuerdos con el Gobierno.
Alberto Núñez Feijóo sabe que si en un futuro quiere ser presidente del Gobierno, pero, de verdad, no cuando él lo diga sino cuando consiga armar una mayoría parlamentaria, va a necesitar los votos tanto de Junts como del PNV, cuyas relaciones no pasan por su mejor momento.
Con los antiguos convergentes han cambiado algo su discurso. Han pasado de no entablar ningún tipo de diálogo y de llamar golpista a Carles Puigdemont a no cerrar ninguna puerta, incluida una hipotética moción de censura. Un acercamiento que no ha gustado a todos, sobre todo en el PP catalán.
Con el PNV, las relaciones son más distantes, máxime después del lío montado en torno al palacete de París, donde los populares se negaban a su devolución a los legítimos propietarios que no es el Estado sino el PNV. La actual sede del Instituto Cervantes fue incautada por la Gestapo durante la ocupación nazi y entregada después al régimen franquista. Ya en el año 98, el Gobierno de José María Aznar reconoció el derecho de los partidos políticos a solicitar la recuperación de los bienes incautados en el pasado, también de los que se encontraban en el extranjero. La batalla política y legal ha ido demorando su devolución.
Es bueno que el PP salga del aislamiento parlamentario en el que se encuentra y busque acuerdos con otras formaciones políticas, que antaño fueron aliados.