Tras la defenestración de Pablo Casado por señalar al hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso por el cobro de comisiones de mascarillas durante lo peor de la pandemia, caso que judicialmente exoneró al hermano de Ayuso al no ver delito, pero que desde un punto de vista ético y moral era absolutamente reprobable, que desató una crisis sin precedentes en el PP, se optó en un congreso de los populares por Alberto Núñez Feijóo que venía de cuatro mayorías absolutas en su Galicia natal y con un perfil de político moderado, centrista y dialogante.

De aquel, no he venido a insultar, he venido a ganar a Sánchez; al líder del PP le hemos conocido diferentes caras, utilizando bulos y fakes, como le recordó una periodista durante una entrevista en RTVE, cuando Feijóo afirmó que el PP siempre había revalorizado las pensiones. Con datos en la mano, la periodista desmontó el discurso de Alberto Núñez Feijóo que ya no ha vuelto a pisar los platós de RTVE.

Casi tres años después de su desembarco en Génova, Feijóo no ha sido capaz de hacer una oposición constructiva y, sobre todo, de reforzar su liderazgo en el PP como alternativa de Gobierno, dando bandazos y arguyendo un discurso preso de Vox.

Sus errores son votos para Vox.

Incapaz de pactar grandes temas de Estado con el Gobierno, que es lo que se espera de una oposición seria y responsable, su discurso ambiguo y a menudo falto de coherencia se parece cada vez más al de Vox, en esa pugna por quitarle votos al partido de Santiago Abascal.

Su no al decreto ómnibus, para después votar afirmativamente, tras el acuerdo entre Junts y el Gobierno, y las explicaciones que dio posteriormente para justificar su cambio de posición,  deja a un Feijóo más debilitado, con un Vox que crece en las encuestas y con Alvise y su partido SALF que podría entrar en el Parlamento con dos diputados. Un escenario difícil de gestionar.