Todas las asociaciones agrarias sin excepción, las hay de izquierdas y de derechas, han criticado el alza del SMI por la repercusión en los costes laborales. El problema en el campo es que esa subida en los jornales no se traduce en un mayor precio en los productos que el agricultor percibe. Mientras estos precios caen, haciendo muchas explotaciones agrarias inviables, los costes de producción se disparan exponencialmente: gasoil, abonos, semillas, productos fitosanitarios y ahora también la mano de obra.
Los jornales se han disparado un 26,3% (de 9,5 euros/hora a 12 €/h), un incremento que el agricultor no puede repercutir en sus productos. El SMI ha subido más de un 50% en los últimos siete años hasta los 1.184 euros actuales.
Si uno analiza la diferencia entre los precios en origen y el precio destino en los lineales de las grandes superficies, las diferencias pueden llegar a ser de tres dígitos, como es el caso del ajo (+539%), el limón (+530%) o la cebolla, que muchos agricultores se ven obligados a arrancar por su bajo precio (+622%), según datos de COAG a febrero de 2025. En la cadena alimentaria el último eslabón, pese a poner el trabajo, es el agricultor.
Mientras no haya una correlación entre las alzas en los costes de producción y los precios que el agricultor percibe por sus productos, las consecuencias van a ser que haya cada vez más cultivos abandonados, como ya está ocurriendo. En los últimos diez años España ha perdido más de medio millón de hectáreas de cultivo, siendo la Comunidad Valenciana quien lidera este ranking con 176.446 hectáreas en 2024, según un estudio de ASAJA.
Nadie niega que haya que subir el SMI, pero no a costa del agricultor que al final es quien siempre termina pagando los platos rotos.