Los whatsApp difundidos entre el presidente del Gobierno Pedro Sánchez y su número dos, José Luis Ávalos publicados por el periódico El Mundo revelan algo que ya sospechábamos algunos y que definen perfectamente al personaje: el talante autócrata de Sánchez para acabar con las voces críticas dentro del PSOE. Autoritarismo puro y duro. Desde el Gobierno han criticado abiertamente la publicación de mensajes privados y quieren investigar la filtración. No pensaban igual cuando las filtraciones afectaban a otros dirigentes políticos del PP.

 Desde un punto de vista informativo tienen una gran relevancia periodística. España es todavía un país libre donde se pueden publicar estas cosas, sin que te metan en la cárcel. La prensa afín trata de quitar hierro a las conversaciones difundidas entre ambos dirigente políticos. Incluso he llegado a escuchar que “humanizan” al presidente del Gobierno.

Curioso modo de quien dice ser un defensor del feminismo referirse a la ministra de Defensa, Margarita Robles, como “pájara”. No he escuchado a ningún miembro del Gobierno, especialmente a la vicepresidenta y ministra de Trabajo Yolanda Díaz tan dura en otras ocasiones cuando se trata de acusaciones machistas de otros partidos criticar estas palabras.

Los socialistas que celebraban aplaudiendo hasta con las orejas cuando se divulgaron los mensajes de Mariano Rajoy a Luis Bárcenas, (también privados) “Luis, sé fuerte”, centran ahora el ataque sobre la filtración y no sobre el contenido de los mismos.

Sánchez ejerce un caudillaje propio de otros regímenes. Silenciar la disidencia, controlando el partido de una manera férrea y autoritaria. A quiénes piensan de manera diferente se les aparta. Sánchez solo se rodea de gente que le aplaude sus pactos con Bildu o con el independentismo, bajo la amenaza de que no gobierne la derecha y la extrema derecha.

A Patxi López que fue Lehendakari gracias a los votos del PP que prefirió un jefe del Gobierno vasco socialista antes que batasuno, no le fue nada mal en su etapa como Lehendakari. Hoy echa pestes de los pactos con el PP.

El miedo a que gobierne el PP con Vox, utilizado como un mantra durante todas las campañas electorales, le ha servido al presidente del Gobierno para pactar con todo el espectro a la izquierda del PSOE, extrema izquierda para entendernos, incluso con los que dijo que no pactaría jamás como Podemos o EH Bildu. Sánchez consiguió armar una mayoría parlamentaria, sin ganar las elecciones ni las generales, ni las autonómicas ni las europeas, pactando con partidos antagónicos como son ERC o Junts. No tuvo el más mínimo reparo en pactar con un fugado de la justicia como Carles Puigdemont, si ello le aseguraba su poltrona en La Moncloa. Sánchez pasó de comprometerse a traerlo a España para que rindiera cuentas ante la justicia por los sucesos del 1-O a convertirlo en su socio de preferencia. Los siete votos de Junts marcan desde entonces toda la política nacional.

Los cambios de opinión del presidente Sánchez le llevaron a decir una cosa y la contraria. Lo hizo con el delito de malversación, rebajando las penas a los condenados por cometer un golpe de Estado y más tarde con la Ley de Amnistía que siempre fue inconstitucional hasta que necesitó los votos de Junts.

Lo más revelador de los mensajes publicados, al margen de poner a caldo a Lambán, García-Page o Susana Díaz es la relación que mantenía el presidente del Gobierno Pedro Sánchez con el entonces secretario general del PSOE y ministro de Transportes, José Luis Ávalos.

Mariano Rajoy no sabía nada de lo que hacía su tesorero Luis Bárcenas, que se lo llevaba crudo a Suiza, Felipe González desconocía la existencia de los GAL y me temo que Sánchez tampoco estaba al tanto de las correrías de su mano derecha y hombre fuerte dentro del partido. ¡Qué cosas!