El uso de las lenguas cooficiales en las instituciones del Estado ha vuelto a ser motivo de polémica y enfrentamiento después de que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz- Ayuso abandonara la Conferencia de Presidentes cuando el lehendakari Imanol Pradales inició su discurso en euskera. Poco le hubiera costado a Isabel Díaz- Ayuso ponerse el pinganillo, como sí hicieron otros presidentes autonómicos de su partido para seguir la intervención de los presidentes vasco y catalánen sus respectivas lengua. Pero optó por montar el numerito y marcharse de la reunión.
El problema es cuando se quiere politizar todo, también la lengua.
La lengua debe ser un elemento vertebrador en un país como es España, con una gran riqueza cultural, donde la lengua debe preservarse y potenciarse, tras años de ostracismo y persecución durante la dictadura.
Lo que debería haber sido una reunión cordial para debatir temas como: la financiación autonómica o la vivienda se convirtió nuevamente en un elemento de división y polarización en una cuestión como es la lengua que debería unir y no enfrentar.
El uso de las lenguas cooficiales está absolutamente justificado en un Estado que reconoce la pluralidad lingüística. La Constitución española de 1978 reconoce el castellano como lengua oficial del Estado, pero también protege y ampara el uso de otras lenguas oficiales en sus respectivas CCAA como es el catalán, el euskera y el galego.
Soy castellano parlante en una Comunidad como la valenciana, donde el uso del castellano convive perfectamente con el valenciano.
En los últimos años se han dado pasos hacia una mayor normalización de estas lenguas. En 2023, el Congreso de los Diputados aprobó una reforma del reglamento para permitir su uso en las sesiones parlamentarias, acompañadas de traducción simultánea. Sin embargo, la mayoría de los diputados, salvo Junts, sigue utilizando el castellano, como lengua vehicular también entre los diputados vascos del PNV y EH Bildu.
La pluralidad lingüística debe verse como una riqueza y no como un motivo de confrontación. Vivimos unos tiempos muy convulsos en la política española. Estaría bien que todos pusieran un poco de su parte para rebajar la tensión.