Hamás no es una milicia ni un movimiento palestino, como a veces se lee en algunos medios de comunicación. Es un grupo terrorista. Tampoco los miembros de ETA eran “activistas”, sino terroristas, aunque muchos periódicos de la época utilizaban esa terminología para referirse a los asesinos de ETA. También hubo quienes los calificaban como “presos políticos”.
Hecha esta precisión, excursus como lo llamaría mi profesor de ética periodística en la Universidad, el acuerdo de paz propuesto por Donald Trump, aceptado parcialmente por Hamás, que se ha comprometido a liberar a todos los rehenes israelíes secuestrados desde hace dos años, representa un punto de inflexión crucial para detener la guerra en Gaza, un conflicto que ha dejado más de 65.000 palestinos muertos según las cifras más recientes.
Por primera vez en dos años se habla de paz, lo cual ya constituye un avance significativo. Es justo reconocer a Donald Trump su papel negociador en impulsar una iniciativa que, de prosperar, podría abrir la puerta al fin de la violencia en la región, no solo en la Franja de Gaza, sino en todo Oriente Medio.
Un plan que ha sido respaldado por Qatar, Jordania, Turquía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y otros países, pero que desde la izquierda ha sido criticado por considerarlo una cesión al gobierno de Netanyahu al no contar con todas las partes en conflicto. La ex alcaldesa de Barcelona, Ada Colau lo ha calificado d ofensivo y contrario a la paz.
Tampoco el plan de paz ha sido bien recibido dentro del Gobierno de Netanyahu. El ala más ultraortodoxa y radical amenaza con romper la coalición, lo que obligaría al primer ministro a convocar elecciones. Teniendo en cuenta la complicada situación procesal de Benjamín Netanyahu, acusado de corrupción y con las encuestas de su reelección por los suelos, el primer ministro israelí se enfrenta al dilema de continuar prolongando la guerra en Gaza- contra el criterio de toda la comunidad internacional, como ha hecho hasta ahora- o aceptar el plan de paz.
Por otro lado, Hamás está más débil que nunca tras el apoyo al plan de paz de Qatar, principal financiador del grupo terrorista, junto a Irán.
Lo que debería ser motivo de alegría y esperanza para todos es cuestionado desde la izquierda, que no pierde ocasión para criticar cualquier medida proveniente de la administración estadounidense. Supongo que, si la iniciativa hubiera partido de cualquier otro mandatario, la reacción habría sido muy distinta.
No me gusta Donald Trump ni sus políticas, pero si su plan sirve para llevar la paz a Gaza, me declararé trumpista.
Mañana, las delegaciones de Hamás e Israel se reúnen en Egipto en un encuentro decisivo que puede marcar el rumbo de paz en la región. Todavía queda mucho camino por recorrer para que el plan propuesto por Estados Unidos se convierta en una realidad y pueda concretarse ya que ambas partes deben ponerse de acuerdo en los términos del alto el fuego, desarme, liberación de rehenes y garantías de supervisión internacional.