Dos años después de los terribles atentados terroristas de Hamás que costaron la vida a más de un millar de personas,  la paz parece más cerca que nunca.

El 7 de octubre de 2023, terroristas de Hamás irrumpieron en un festival de música que se celebraba por la paz; asesinando, violando y descuartizando a centenares de civiles, desencadenando una guerra que ha dejado decenas de miles de víctimas.

Bebés arrancados del vientre de la madre y posteriormente quemados en hornos. Decapitaciones, violaciones en grupo.  Imágenes que luego fueron colgadas en las redes sociales que mostraban como trofeo y que algunos miembros de la flotilla han tratado de desmentir, calificándolos de bulos.

Israel y Hamás han aceptado la primera fase del plan de paz auspiciado por el presidente de EEUU, Donald Trump.

El acuerdo contempla un alto el fuego inmediato, la retirada gradual de las fuerzas israelíes de la Franja de Gaza y la liberación, en los próximos días, de los rehenes que aún permanecen en manos de Hamás, un total de 48, muchos de los cuales podrían haber muerto. Los familiares han recibido con enorme alivio y esperanza  la noticia, que les fue comunicada personalmente vía telefónica el propio presidente Donald Trump sobre la próxima liberación de todos los secuestrados.

A  Donald Trump, y así es justo reconocerlo, debe atribuírsele el mérito de haber logrado que ambas partes  en conflicto alcanzaran un acuerdo, algo que no ha hecho la diplomacia ni la ONU ni ningún otro gobierno.

El acuerdo de paz ha sido respaldado por países como Catar, Emiratos Árabes, Turquía o Egipto mientras que en España la izquierda y el propio Gobierno han criticado el plan de paz por considerarlo una claudicación ante Israel.

Hay que ser muy necio, o actuar de mala fe- o ambas cosas a la vez-, para no reconocer el papel negociador de Donald Trump en este conflicto, que ha dejado más de 65.000 palestinos asesinados y un territorio absolutamente devastado por las bombas. Trump ha logrado en pocas semanas lo que ningún otro mandatario había conseguido hasta ahora y en un tiempo récord.

Hamás está más aislado y debilitado que nunca. Primero porque ya no cuenta con el apoyo de Catar, que es la principal vía de financiación del grupo terrorista junto a Irán y en segundo lugar porque en dos años de guerra Israel ha conseguido descabezar a casi toda su cúpula militar.

Hamás atraviesa uno de los momentos más difíciles desde su creación. El grupo islamista, que durante años logró sostenerse gracias a una red de apoyos externos y a una estructura interna bien organizada, se encuentra hoy en una situación de creciente aislamiento político y debilitamiento operativo.

Por un lado, la ruptura con Catar, su principal vía de financiación junto a Irán, ha supuesto un golpe estratégico de primer orden. Doha había funcionado como un canal esencial no solo para el flujo de fondos, sino también para la interlocución diplomática entre Hamás y otros actores regionales. Sin ese respaldo, el margen de maniobra del grupo se reduce significativamente.

Por otro lado, en el terreno militar, Israel ha logrado descabezar a gran parte de la cúpula de Hamás durante los dos años de conflicto, eliminando a varios de sus principales comandantes y debilitando su capacidad de coordinación. A esto se suma la presión constante sobre su red de túneles y arsenales, lo que ha mermado su poder de disuasión frente al ejército israelí.

El resultado es un movimiento cada vez más fragmentado, con dificultades para mantener su control político sobre Gaza y con menos apoyos en el exterior. Aunque Hamás ha demostrado una notable capacidad de resistencia en el pasado, su actual aislamiento podría marcar un punto de inflexión en su historia.

Israel, por su parte, no ha perdido su capacidad militar y continúa contando con su principal aliado en la región, Estados Unidos, pese a los intentos de algunos países como España de decretar un embargo armamentístico sobre el Estado hebreo.

El nombre de Donald Trump ya suena con fuerza como posible candidato al Premio Nobel de la Paz. Y puestos a elegir, muchos preferirían verle a él en esa lista antes que al presidente español, Pedro Sánchez.

La flotilla, que ya ha regresado a España tras un periplo marítimo lleno de vicisitudes, y con billete de vuelta pagado por todos los españoles, que más parecía un barco de recreo que una flotilla de ayuda humanitaria,  no cumplió con su misión para la cual zarpó, recordemos: llevar ayuda humanitaria, romper el bloqueo y abrir un corredor humanitario. Sus integrantes, que han denunciado haber recibido un trato vejatorio por parte de las autoridades israelíes, se dedican ahora a recorrer los platós de televisión vendiendo como hazañas lo que ha sido un auténtico teatrillo.