Hoy conocíamos la noticia de que un fotógrafo del periódico El Español había sido brutalmente agredido mientras realizaba su trabajo cubriendo gráficamente una protesta en la Universidad de Navarra, protagonizada por jóvenes radicales de la izquierda abertzale.
Unos días antes, la diputada de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, exigía al presidente Pedro Sánchez contundencia para acabar con la “impunidad del fascismo” porque, según ella, “si no, todos lo pagaremos”. "Fascistas en Gasteiz, ultras en la universidad Barcelona, Torrepacheco, matones ultras desahuciando. Apliquen la Ley de Memoria Democrática, actúen contra los discursos de odio y señalamientos, tomen medidas contra Falange, que aún no es ilegal", afirmó quien fuera editora del diario Eguin, conocido por señalar objetivos terroristas mientras ETA apretaba el gatillo.
Resulta profundamente inmoral escuchar a la representante de EH Bildu criminalizar la violencia de grupos ultras cuando niella ni su partido han sido capaces de condenar de forma clara y rotunda la violencia etarra y pedir perdón a las víctimas. Es, para muchos ciudadanos una ofensa y un insulto escuchar sus palabras que lo único que provocan es dolor y rabia.
Pues bien, los mismos fascistas que esta señora denunciaba han agredido brutalmente a un periodista de El Español que simplemente estaba realizando su labor informativa, cuando un grupo de abertzales que se concentraban alrededor del campus de la Universidad la ha emprendido a golpes y patadas contra el periodista, José Ismael Martínez. ¿El motivo para estos energúmenos? Informar. Les jode que se sepa cómo actúan y cómo las gastan, con quien piensa diferente. Antes directamente les pegaban un tiro en la nuca.
No escucharemos ni una sola palabra de condena a este ataque intolerable a la libertad de información por parte de quieneshoy sostienen al Gobierno de Pedro Sánchez. Los mismos que siguen sin condenar la violencia etarra pero que se escandalizan cuando la violencia procede del otro lado, llegando incluso a pedir la ilegalización de partidos como Falange.
Impedir el derecho a la información utilizando la violencia es, en sí mismo, un acto profundamente antidemocrático. Y los hechos vuelven a demostrar que los que más hablan de fascismo son, demasiadas veces, quienes lo practican. Escuché hace tiempo a alguien decir que hay dos tipos de fascistas: los fascistas y los antifascistas.
La ahora eurodiputada Irene Montero exigía recientemente en las redes sociales que las calles y las universidades sean “espacios seguros libres de fascismo” porque para la responsable de la ley del sí es sí que ha dejado en la calle a decenas de violadores y pederastas, el antifascismo es la base de la democracia.
No. La base de cualquier democracia es que los ciudadanos pueden expresarse libremente sin temor a ser señalados o agredidos. A opinar sin miedo a ser censurados por quienes se creen dueños exclusivos de la verdad. La universidad, como espacio de saber, conocimiento y pensamiento crítico, debería ser precisamente el lugar donde las ideas se confrontan con argumentos, no con puños ni con amenazas.