Desde que el nombre de Maribel Vilaplana apareció vinculado a la conocida comida de El Ventorro con el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, se inició una campaña mediática que ha resultado profundamente injusta y desproporcionada hacia su persona.
No le deseo a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo, el trance por el que está pasando Maribel Vilaplana.
¿Alguien de verdad no piensa que, si en lugar de ser una mujer hubiese sido un hombre, el trato mediático y social habría sido el mismo? Yo no tengo la menor duda.
El señalamiento público al que está siendo sometida sobrepasa todos los límites del respeto y el rigor informativo que se les debe exigir a los medios de comunicación.
La prensa se ha cebado con ella de una manera totalmentedesmedida y execrable, hasta el punto de que, en su comparecencia ante la jueza de Catarroja que instruye el caso, denunció haber sufrido una extorsión mediante imágenes falsas que la situaban saliendo de la casa del propio presidente. La sola existencia de ese tipo de prácticas evidencia el nivel de hostigamiento y la falta de escrúpulos con la que algunos han actuado.
Algunos han querido situarla en el centro de la investigación judicial, como si la responsabilidad fuera suya, cuando en realidad las explicaciones corresponden al presidente de la Generalitat.
Conviene recordar un hecho fundamental: si alguien debe explicar por qué no acudió al Cecopi aquella tarde es únicamente Carlos Mazón. Vilaplana no tiene nada que ver con ello y no existe motivo objetivo para que se la haya colocado en el centro de la controversia, salvo para quienes se alimentan del ruido.
Vilaplana asistió a esa comida invitada por el presidente de la Generalitat para escuchar una propuesta profesional para presidir À Punt. Una oferta que finalmente decidió rechazar. Y es inevitable preguntarse: si, de haber sido un hombre en su lugar, la controversia posterior que se ha generado habría sido la misma. Sinceramente, creo que no.
El impacto de este acoso no se limita a su imagen pública. Ha afectado también a su estabilidad emocional hasta el punto de ser ingresada en un hospital unas horas antes de su declaración ante la jueza en un hospital por un ataque de ansiedad, fruto de la presión absolutamente despiadada que lleva sufriendo durante todo este año. Lógico que se derrumbara emocionalmente en su declaración ante la jueza, después de todo lo que ha tenido que soportar.
Hablamos de una mujer que, durante años, ha construido una sólida carrera profesional y una reputación basada en la comunicación rigurosa y ética. Sin embargo, se ha visto atrapada en un proceso despiadado que no ha respetado ni su privacidad ni su dignidad.
Esta situación no solo ha afectado a su vida personal, sino también a la profesional. Se ha actuado contra Maribel Vilaplana de una manera feroz e injusta por parte de los medios de comunicación.
Maribel Vilaplana no ha cometido ningún delito. Está siendo víctima de una persecución injustificada que ha puesto su salud, su imagen y su carrera en serio riesgo.