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La clave para llegar a vivir un envejecimiento saludable pasa básicamente por cuatro puntos:

Mantenerse físicamente activo. No hace falta acudir al gimnasio para marcar y definir músculos. Simplemente se trata de mantener una actividad moderadamente vigorosa. A poder ser tres o cuatro días a la semana, de manera regular, alrededor de una horita.

Para alcanzar este objetivo, un truco. Y es el segundo punto.

Mantener una actividad mínima de socialización. Relacionarnos con los demás, obligarnos a ello, supone por una parte obligarnos a realizar una cierta actividad física. Porque quedar con la gente es sinónimo, o debería serlo, de salir de casa. Es decir, que ya nos obligamos a realizar un ejercicio.

Además, al mantener contacto con los demás ejercitamos nuestro cerebro y lo mantenemos despierto.

El tercer elemento radica en Mantener una nutrición ordenada saludable. Y esto no quiere decir ponerse a dieta, sino ingerir los alimentos adecuados en la proporción adecuada.

La mayoría de nosotros podrá comer de todo sin excesos y solo en caso de padecer determinadas enfermedades –como la diabetes– limitar la ingesta de algunos alimentos que contengan por ejemplo exceso de grasas.

En cuarto lugar, evitar los hábitos tóxicos, y esto incluye fundamentalmente el tabaco. El tabaco es malo a cualquier edad. Incluso a los 90.

El impacto del tabaquismo sobre la enfermedad cardiovascular o en la aparición de determinado tipo de cáncer es un efecto a largo plazo. En cambio, sobre la actividad respiratoria tiene efectos muy rápidos, igual que es muy rápido el beneficio si lo dejamos.

Cuando uno deja de fumar, lo primero que nota es que la función respiratoria, que es esencial cuando uno envejece, mejora casi de inmediato. Y disminuyen las desagradables flemas y las toses.

Eliminar las barreras del entorno debería ser un punto importante, ya que representan la antesala de la dependencia. Por eso es importante conocer cuál es el ambiente en el que desarrolla su vida cada persona. Aumentar la autonomía funcional pasa por disminuir las dificultades del entorno y eso solo se aborda desde una especialidad transversal como es la Geriatría.

Y la última recomendación sería ponernos en manos del geriatra para abordar de manera global las enfermedades crónicas del envejecimiento: la diabetes, la insuficiencia cardíaca, la cardiopatía isquémica, la artrosis, la bronquitis crónica, el deterioro cognitivo y los trastornos afectivos. Ellas, sobre todo cuando aparecen agrupadas, son los mejores compinches, junto al sedentarismo, del envejecimiento para producir discapacidad.

Este es el corolario, y no el menos importante: a partir de los 70 acudir a la consulta de un geriatra, aunque nos encontremos bien. Estaremos poniendo los cimientos de una vejez saludable y digna de ser disfrutada.