Nos cruzamos en el interminable pasillo de un moderno y frío hospital. Tardé un instante en recordar de qué le conocía pero de inmediato advertí que él si me reconoció. Pasó de largo y siguió su camino.

Unos días antes se celebraba una íntima ceremonia religiosa en una recóndita capilla de minúsculo tamaño pese a lo cual no la llenó el reducido número de asistentes. Un grupo de voces excelsas nos hacía levitar en cada pieza interpretada. Hasta que una de ellas se vió interrumpida abruptamente por el estrépito producido al caer desplomado un ocupante de los primeros bancos. Cuando corrí hacia el lugar desde el fondo de la nave no pensaba que soy médico. Mi impulso natural me llevó a actuar de manera automática, identifiqué una situación de parada cardiorrespiratoria y todo lo demás sucedió sin improvisaciones.

Gracias a Dios, a los pocos instantes de reanimación, (interminables pará mi y supongo que eternos para todos los testigos), el hombre reaccionó y aunque inestable, permaneció consciente hasta la llegada de una ambulancia que se demoró más de lo deseable.

Pocos días después nos cruzamos en el frío pasillo de un frío hospital. Caminaba de la mano de su compañera. Nuestras miradas se cruzaron. Creo que yo tardé más en reconocerle pero sé que me reconoció. Pasó de largo y siguió su camino. Tal vez un camino truncado unos dias antes. ¿Qué vale una vida?