El otro día me acosté pensando. Pensamientos que se fundieron con sueños.

Me sentía feliz, pero no conseguía saber porqué. ¿Era el examen aprobado con buena nota? El resto del día había transcurrido con aparente normalidad: clases, un rato con los amigos, ese trabajo en grupo, cena en casa con todos... ¡Era eso! Esa noche nos reímos como nunca. Y como siempre. Estaba con mis padres en casa, llegaban mis hermanos y se iban uniendo a la cena. Cada uno aportaba algo a la conversación, un día fatigoso de trabajo para mama, papá motivándonos para una nueva excursión de fin de semana, Nachete con sus meteduras de pata, Carmen había salido airosa de esa exposición oral en el cole... Qué suerte tengo, pensé. Tengo un hogar al que acudir cada día, donde crecemos cada uno como somos, siendo tan distintos. Allí me quieren por lo que soy, nadie se alegra del mal ajeno, siempre hay alguien dispuesto a compartir...y el silencio no molesta porque con gestos o miradas nos entendemos.

¿Ese lugar puede existir? Si, es mi familia. A pesar de esos defectos, torpezas, errores, tengo un tesoro al que no quiero acostumbrarme y espero que tú tampoco te acostumbres nunca: tu familia.