Esta es la estúpida y veraz historia de un empresario tontorrón muy tontorrón, o lo que es lo mismo, de un empresario español. Un director general español de una pyme que necesitó cubrir una vacante en el departamento administrativo. Tras varias entrevistas, le quedaron dos hombres a elegir.

Uno tenía 25 años, políglota, doctorado en varias carreras, másteres, cursos y contactos internacionales y una experiencia profesional activa de 6 meses. El otro era un hombre de mirada triste, ligeramente encorvado, 47 años, dos hijos adolescentes en el instituto, una mujer en paro, un padre jubilado y discapacitado a su cargo, más de 20 años de experiencia, polivalente, sin idiomas, sin carrera, sin subsidio, sin ayudas sociales.

El director gerente contrató al joven tan estupendamente cualificado, quien en pocos meses desempeñó todo tipo de tareas: desde el archivo, reparto del correo, cierta atención telefónica y alguna cosa más. El joven se dio cuenta que el puesto le quedaba pequeño y decidió ampliar pasillo. En un par de años había escalado de auxiliar administrativo a jefe de sección, luego a jefe de departamento, luego a jefe de delegación y finalmente los socios mayoritarios le ofrecieron la plaza de director general de la empresa. Por supuesto, aceptó y el empresario tontorrón muy tontorrón recogió sus cosas y se marchó a inscribirse en la oficina de empleo, con sus 50 años, tres hijos adolescentes malcriados y ni te cuento lo de la esposa.

¿Qué fue del segundo candidato? Encontró su oportunidad en una pequeña empresa con 5 compañeros y muy buen ambiente. Sacó a su familia adelante. Fue reconocido como un empleado ejemplar por su afán en hacer bien el trabajo asignado. ¿Moraleja? Ninguna por mi parte. ¿Por la tuya?, la que quieras. Consuelo Jover Rodríguez. Valencia.