Ante el aletargamiento, y por tanto tácita complicidad, del conseller Marzà sobre el ataque a la asignatura de Historia de la filosofía que supone la Lomce, me gustaría hablarles un poco de mi relación con la filosofía. En primer lugar: ¿cómo no salir en su defensa? Soy profesor de lengua y literatura castellana y valenciana, y no puedo dejar de solidarizarme con mis compañeros de filosofía. ¿Cómo permanecer impasible cuando Mythos y Logos no dejan de ser dos caras de una misma moneda; cuando puedes leer la máxima kantiana sobre moral en «Los miserables», o el conocido «pienso luego existo» de Descartes y la caverna platónica en los versos de «La vida es sueño»? Como bien decía Unamuno, todo lenguaje lleva implícita una filosofía: el dolor no es ajeno.

En una sociedad cada vez más tecnocratizada, el manotazo se pretendía naturalizado, y claro, ahí ha estado siempre nuestra vanguardia, la filosofía, para alzar la voz; no se engañen: esto es contra las humanidades en su totalidad, pero ella ha recibido la parte más dura. Por eso, si queremos restarle aplicabilidad a aquel admirable y terrible verso de Ginsberg -«Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura»- hoy es más importante que nunca reivindicar educar, desarrollar y fomentar la inteligencia y la voluntad, es decir, la libertad, frente a los matices pretenciosos del formar y su vecindad del control.

No lo digo sólo desde un punto de vista profesional, sino también personal: tuve la gran suerte, durante mi época de estudiante en el Instituto Benlliure de Valencia de tener a uno de los mejores profesores de filosofía que haya podido haber, lamentablemente ya fallecido: Alfredo Santo. De él siempre recordaré su buen humor, esa voz grave que llenaba el aula, su pasión y vitalidad, su rebeldía y, sobre todo, su inagotable capacidad para preguntar, para plantear interrogantes y supuestos casos, que nos llevaran a la reflexión tras haber leído fragmentos de Platón, Kant o Nietzsche, clase tras clase. Él conocía la clave: toda pregunta, todo cuestionarse, es un síntoma inequívoco de libertad; privar a nuestros alumnos o alejarles de ello es acercarles a una esclavitud de pensamiento. Ojalá muchos de nuestros alumnos puedan conocer a su Alfredo Santo. Va por tí. Javier Hernández. . València.