Sé que quedaría feo el hecho de no hacerle su retrato institucional a Rita Barberá. Y sé que la izquierda en el poder siempre peca de tibia, no les vayan a llamar rojos. Pero el señor Ribó podría hacer gala de una elegancia que le presupongo de antemano (y sinceramente) y declarar que con él se acabe esa absurda, decimonónica y costosa tradición. O sea que Rita tenga su retrato pero renunciar él al suyo, inaugurando así una nueva etapa donde se acabe con costumbres, como la del retrato, que no sólo son estúpidas y gravosas sino que además son injustas pues contribuyen a ensanchar la brecha entre la clase política y el pueblo llano: lo haga bien o mal, el político de turno se asegura el paso a la posteridad gracias a la habilidad del artista. Y si hay algo que no necesita nuestra clase política es precisamente alimentar su ego.

¿Han calculado ustedes cuantos meses de sueldos de médicos o de profesores en la pública podrían cubrirse con ese dinero? ¿Y cuantas simpatías le granjearía acabar con la tontería de esa costumbre? Echen cuentas señores y hagan juego.