Algunos no se explican cómo es posible que hoy en día se den tantos casos de corrupción; política, empresarial y particular; de violencia e intolerancia, de falta de civismo, de sensualidad desatada, de indiferencia ante el sufrimiento ajeno... Parece que los principios morales que sostenían la convivencia social hayan desaparecido y que el sentido común brille por su ausencia. Algunos afirman que la sociedad está enferma y ahí se quedan, sin caer en la cuenta de que la sociedad está formada por personas individuales y que alguna responsabilidad de su mal estado tendremos cada uno de nosotros. Por eso no viene mal recordar unas palabras de san Juan Pablo II, pronunciadas hace más de treinta y cinco años pero de perenne actualidad y aplicarnos el cuento: «Nuestra oración durante la Cuaresma va dirigida a despertar la conciencia, a sensibilizarla a la voz de Dios. No endurezcáis el corazón, dice el Salmista. En efecto, la muerte de la conciencia, su indiferencia en relación al bien y al mal, sus desviaciones, son una gran amenaza para el hombre. Indirectamente son también una amenaza para la sociedad porque, en último término, de la conciencia humana depende el nivel de moralidad de la sociedad. El hombre que tiene el corazón endurecido y la conciencia deformada, aunque pueda tener la plenitud de la fuerzas y de las capacidades físicas, es un enfermo espiritual y es preciso hacer cualquier cosa para devolverle la salud del alma». Jesús Asensi. Algemesí.