Desde siempre me ha apasionado el fútbol base. Seré raro, pero me gusta más que el que sale por la tele. En este último se ven peleas, insultos y gritos. Los jugadores cambian de equipo cada verano si aparece alguien que le dé algún que otro millón de euros más. ¿Mercenarios? Supongo que todos haríamos lo mismo. Pero no hay que olvidar que esto es un juego.

Sin embargo, cuando se trata de niños, se ve reflejada la esencia de este deporte: juegan para disfrutar. Se lo pasan bien si ganan y se conforman con aprender si pierden. Nunca se irían a otro equipo, ya que allí no están sus amigos y sin ellos no tendría sentido. Por si fuera poco, el fútbol tiene un valor formativo para ellos, ya que se les enseña muchos valores aplicables también a la vida que tienen por delante.

La lástima de todo esto es la misma que en el fútbol de la tele: los mayores quieren meterse. Es vergonzoso que existan padres que van a ver a sus hijos como si fueran hooligans. Se meten con el entrenador, insultan al árbitro y discuten con los padres del equipo rival. Un despropósito en toda regla, que deja en nada el tremendo esfuerzo formativo llevado a cabo por los entrenadores. Dejémosles jugar. Ellos solos se lo pasan bien.