Estaban de media cháchara hablando en una tasca dos viejos de esos países. El noruego contaba con toda ventolera. «Chico, no he estado más que tres veces en España pero te prometo que no llegaré a la cuarta... fíjate, ¿pues no me cobraron 16 euros por un triste platito de habas y un vaso de vino más rancio que rancio?». «Pues eso no es nada, a mí en Barcelona por un vermut que no sé a qué sabía y un minúsculo plato de sepia 27 euros; pocas veces he ido pero te aseguro que ya no vuelvo». «Entonces ¿cómo están los españoles con esos precios?», preguntó el noruego. «Si no tienen un miserable euro y el que lo tiene, tiene que pagar a la residencias cuando caen enfermos hasta el último euro que ganan, así que fíjate qué ganas tendrán de hacerse una simple copita... Ponte en la mente que es el país que tiene el tercer puesto en la corrupción. Así que imagínate cómo estarán de hartos y hastiados», respondió el danés.