El lenguaje escrito, en tanto que símbolo, lo soporta casi todo. Embauca, exacerba y, a menudo, sosiega. Hay apellidos que entre la gente común, de la que formo parte, resultan anecdóticos, cuando no jocosos. Sin embargo, cuando los llevan personajes de reconocido prestigio social resultan ásperos, sin que ello suponga matrimoniarlos a sospecha o delito. Veamos algunos ejemplos.

La política, en principio, supone el arte de procurar el mayor bienestar para los miembros de la familia, cuando se refiere al espacio doméstico, o bien, aplicada a la comunidad, en el sentido más amplio. Vemos que el hasta hace poco, el titular de la cartera de Economía se apellidaba Guindos. Si acudimos al área sanitaria buscando alivio para nuestras dolencias, la abanderada del ramo hasta no hace mucho era la señora Mato, ¡menudo alivio! Sin entrar en la apreciación que hace más de dos siglos, elaboró Thomas Jefferson sobre la banca privada, tenemos que uno de los mayores emporios bancarios del país lo preside la saga Botín. Y en el juego de la dialéctica política, cada cual debe de persuadir a

sus rivales -que no enemigos-para imponer sus tesis y, curiosamente, uno de estos oradores se apellida Rufián.

Si entresacamos Guindos, Mato, Botín y Rufián, ligados a los quehaceres de quienes representan y los hacemos pasar por el cedazo populachero, inequívocamente perverso y maledicente, la curiosidad está servida. Vivir para leer, y leer para vivir. Aurelio Martínez Haro. Xirivella.