20 de octubre. Palau de las Arts, Valencia. Tres horas de memorable recital flamenco de Miguel Poveda, emocionante y virtuoso. Canta impecable con distintos formatos de músicos, solo y sin micrófono, canta clásicos y primicias, baila y se desplaza por las gradas a saludar.

17 de noviembre. Mismo escenario. El Cigala pisa el escenario visiblemente menoscabado, 40 minutos de retraso, más de mil personas esperando. Su voz se descascarilla en un concierto de 90 minutos del que se apea con frecuencia, sorbiendo hasta cinco cubatas a la vista de todos. Los músicos, desconcertados, se desquician en un concierto de color de jazz latino con unas motas de cantaor extemporáneo, arrítmico, descompuesto. El más ovacionado de la noche, el pianista Calabuig.

Pienso en los 77 euros de mi entrada y los 150 kilómetros de desplazamiento. Alguien del entorno del Cigala debería hacerle entender que no debe organizar giras si no es capaz de estar en condiciones. Mal está la falta de lealtad con el oficio. La falta de consideración al respetable es imperdonable. Roberto García Rodríguez. València.