En los últimos años se suceden los enfrentamientos o las algaradas callejeras provocadas por agrupaciones o gremios especialmente privilegiados, que actúan como auténticos monopolios porque no aceptan cambios en la forma de relacionarse con el estado o con la sociedad, ni acatan las normas que son recomendaciones o de obligado cumplimiento que nos vienen dadas desde la Unidad Europea en favor de la libre competencia. No hace tanto era el conflicto de los controladores aéreos, más reciente el de los estibadores de puertos, la lucha del comercio minoritario contra las grandes superficies y, más recientemente, el de los taxistas contra los VTC (vehículos de turismo con conductor). El problema de los taxistas es muy especial porque la mayoría de ellos son patronos autónomos y porque están regulados, demasiado regulados, por los gobiernos regionales o municipales de turno. Pero no deja de ser un intento corporativo de bloquear los caminos a su competencia. Dicen defender sus puestos de trabajo, pero también son puestos de trabajo los de los conductores de vehículos VTC que pueden perder su empleo si prosperan las exigencias de los taxistas. Y, como ellos, también tienen compromisos y familias que mantener. Todo ello obedece a las llamadas «resistencias al cambio», cuya definición, más o menos acertada, es la siguiente: «Se denomina resistencia al cambio a todas aquellas situaciones en las cuales las personas deben modificar ciertas rutinas o hábitos de vida o profesionales, pero se niegan por miedo o dificultad a realizar algo nuevo o diferente». Porque, en el fondo, es muy difícil que los que estamos afectados por nuevas medidas entendamos la necesidad de adaptarnos a las nuevas circunstancias. Por egoísmo personal, porque no lo vemos, o porque sentimos verdadero vértigo a hacer algo diferente a lo que hemos hecho siempre. Pero, se quiera o no se quiera, las circunstancias cambian, los mercados ofrecen nuevas alternativas, y los usuarios tenemos derecho a optar a la que más nos convenga. Así pues, señores taxistas, antes de dar un mal paso identifiquen claramente cuál es su situación actual y si es sostenible, y piensen donde les conviene estar en el futuro, y que relaciones necesitan pactar con la administración para sobrevivir, e incluso para sacar provecho de las nuevas oportunidades. Y, sabiendo «dónde están» y a «dónde quieren llegar», tracen una ruta adecuada para su evolución. Y háganlo apoyados por los mejores negociadores, porque con animadores de algaradas no conseguirán absolutamente nada. Asuman que no podrán mantener privilegios durante más tiempo y su prioridad debe ser doble: negociar con los ayuntamientos o con las autonomías los cambios necesarios en su regulación, y mejorar su servicio y sus vehículos para mantenerse como la mejor opción para sus usuarios. Esa será su única garantía de supervivencia. Incluso de mejorar sus condiciones económicas.