He leído, presa del estupor, que el «minuto de oro» de la televisión de hace unos días fue para Supervivientes. Me he documentado sobre ese programa. Se trata de unas personas, muy populares entre un amplio sector de la sociedad televidente, que supuestamente se encuentran en una isla desierta y virgen, sin posibilidad de comer o beber más que lo que son capaces de pescar, cazar o recoger entre las hierbas del abrupto suelo, o de las copas de los árboles, durmiendo al raso, sin condiciones higiénicas que no sean los baños en el mar, y sin atención médica alguna. Isabel Pantoja es el único personaje que soy capaz de identificar. No ha podido sufrir esa vida y, por orden facultativa, se ha visto obligada a volver a España, seguramente para ingresar en alguna prestigiosa clínica que ponga orden en su castigado organismo. Es curiosa la naturaleza humana. Los seguidores de Supervivientes creen a pies juntillas en la veracidad del programa. Incluso hablan del preocupante adelgazamiento de algunos de los concursantes. Y sin embargo, hoy, que se cumplen cincuenta años desde que Neil Armstrong dio un pequeño saltito desde la escalerilla de cápsula espacial, que había tomado tierra unas horas antes, y pisó el polvoriento suelo de la luna, sin embargo, digo, hay gente que esto no se lo cree. Diagnóstico: déficit progresivo en la percepción de la realidad.