Siempre he tenido el sentimiento de saludar a mi paso por la calle con la gente que me cruzo, tanto si la conozco como si no. Tan sólo cruzarse nuestras miradas ya es suficiente para responder con una sonrisa y un saludo,aunque a veces no sea correspondida. Estamos inmersos en una sociedad más deteriorada y enferma de lo que parece, cada vez hay más enfermedades mentales y depresiones. Recuerdo que un día me dijo mi marido, que un amigo le había comentado: «Siempre han habido ricos y pobres, he visto a tu mujer, la he saludado y no me ha contestado», a lo que mi marido contestó: «Imposible, que mi mujer te haya visto y no te haya saludado; mi mujer saluda hasta los gatos; tiene asumido el reto de demostrar con su ejemplo, de la necesidad de saludarse y saluda a todo el que se cruza en su camino, tan sólo le mire a la cara». Somos una socieda esteril, vacía, hipócrita, sin personalidad, con demasiada conciencia de clase, prepotente y soberbia. Vivimos en círculos cerrados, incapaz de permitir que nadie de fuera a quien consideramos un peligro y un intruso los pueda traspasar. Pero eso sí, nos sentimos legitimados a difamar, calumniar, juzgar y criticar, sin ton ni son, para dar sentido a nuestra mediocre existencia; lanzamos la piedra y escondemos la mano, sin ningún sentimiento de culpabilidad, hacemos un daño irreparable a personas inocentes, y luego vamos presumiendo de solidarios y defensores de la verdad y de la justicia. Un saludo, una sonrisa, un gesto, una mirada, un apretón de manos, dar las gracias a la menor ocasión, no compromete a nada y deja el ejemplo de nuestra educación. Si queremos transformar esta esteril, hipócrita y maliciosa sociedad, en la que somos víctimas de nosotros mismos, empecemos por respetarnos y a la mínima ocasión saludémonos, con una sonrisa sincera mirándonos a la cara. Será la mejor muestra de salud de nuestra convivencia.