Parafraseando a Puigdemont, así no. La independencia política de Cataluña es, a mi parecer, un hecho inevitable. Por la vía democrática conseguirlo es sólo cuestión de paciencia y tiempo. Sea cual sea el porcentaje de partidarios que se les exija en cualquier consulta democrática, tarde o temprano la conseguirán porque la gran incorporación de ciudadanos nacidos fuera de Cataluña que llegaron en la segunda mitad del siglo XX van a ir desapareciendo por puras causas naturales. Y sus descendientes, nacidos, criados y educados en Cataluña son, en una buena proporción, partidarios de soltar amarras con el resto del Estado. Por vías pacíficas y democráticas es sólo cuestión de tiempo, pero si entran en la terrible dinámica del terrorismo, y del apoyo hipócrita de la agitación del tronco y la recogida de las nueces lo tienen todo perdido. Si en Euskadi no pudieron después de casi medio siglo de terror y fractura de la sociedad, el seny catalán no puede pensar que por ese camino van a doblegar a una sociedad española que no es ya de «charanga y pandereta». Una parte de la sociedad catalana reproduce con respecto al resto de España aquella sentencia que Machado con respecto a Castilla: «envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora». Aunque en el caso de Cataluña no se puede hablar de harapos, tal vez envueltos en su fashion look. Ignoran que la España del siglo XXI es una sociedad democrática de derecho y que tiene los mismos afanes e ilusiones de vivir en una sociedad justa y en un estado del bienestar que la mayoría de los catalanes. Sobre todo los que vivimos de nuestro trabajo.