Hay un momento en la existencia en el que pocas veces nos paramos a pensar. Ese momento en el que nuestro recuerdo se desvanece. Es en ese tiempo en el que ni nuestros nietos estarán vivos ya, cuando nadie se acuerde de nosotros.

Da miedo el pensar en nuestra muerte. Ha veces nos despersonalizamos y formamos parte de esa función en la que nos vemos en nuestro funeral como si fuéramos un invitado más. Nos da miedo pensar en nuestra postura extendida, en nuestra transformación a un cuerpo inerte casi inorgánico. Eso hace que despistemos nuestro pensamiento de la verdadera muerte que es el desvanecimiento de nuestro recuerdo. ¿Quién se acuerda de la gente o nuestros antepasados que vivieron a principio del siglo XVIII? ¿Quién se acuerda de las personas que defendieron Madrid contra Napoleón?

Yo siempre he pensado que cuando nos morimos alcanzamos la verdadera sabiduría, ya que finalizamos el tránsito en la vida. Esa emanación se transmite en la unión de los que presencian nuestro funeral, ellos lo sienten, sienten el poder que acaba de adquirir la persona que se va. Pero podemos decir que esta persona ha tenido suerte en su último suspiro, ya que existen otros iguales a nosotros que no tiene esa suerte y que mueren solos, que ya en vida no tienen el recuerdo. Para ellos va esta pausa y este beso y abrazo sincero.

Puedes pensar que no estoy en lo cierto ya que Picasso o Leonardo Da Vinci murieron y persisten en nuestras vidas y persistirán. Pero, ojo, sólo le recuerdo de sus obras, de su nombre, de su fama pero no cómo era su persona, su esencia.

El devenir de la persona en el camino de la vida es así. Son unas reglas que universalmente todos sin remedio tendremos que cumplir. Por eso me pregunto. ¿Qué sentido tiene elegir un camino nihilista ya que nos vamos a morir y más tarde o temprano se va a desvanecer nuestro recuerdo? ¿Por qué no elegimos un sentido positivo del camino? Demos importancia a las cosas que de verdad lo merecen. Trivialicemos exámenes, no nos obsesionemos con la resiliencia ni con la asertividad difíciles de alcanzar. Seamos nosotros, con nuestros defectos y nuestras virtudes y convivamos respetando a los demás.

Por otro lado, alabo a la gente que tiene la suerte de vivir en familia, y para ellos recuerdo el espíritu de la buena película de animación que se estrenó en 2017, con ese niño mejicano, Miguel y su aventura que permitió que esa abuelita resucitara el recuerdo de la persona amada. Ese sano espíritu familiar de rememorar los antepasados, tradición que siguen practicando muchas culturas actuales o ya antiguas, da energía a los vivos para seguir en el camino. Vivir un día de recuerdo sin que sea triste o monstruoso, donde caben todas las religiones y todo el ateísmo, podría ser una práctica común que nos uniera a los que estamos aún aquí.

Pues no está todo perdido. Está todo por ser ganado, viviendo.