Cuando se ponía a llover, Zoe llamaba a su «parre·» para estar juntos viendo la lluvia en la calle. Abrían la puerta del garaje y disfrutaban del espectáculo , de pie, al resguardo del techado de tejas y madera. El ruido del agua, tan cercana, y el fresquito de las salpicaduras en la cara: se miraban y sonreían con complicidad... No necesitaban más, la felicidad era eso.