Desde el medio día del domingo, miles de personas que, como yo, nos dirigíamos con la familia a València procedentes del área metropolitana quedamos atrapadas en el gran cepo que constituyó la entrada a la ciudad a la hora de comer. Claxons sonando, colisiones, griterío. Concretamente, los procedentes de l'Horta Oest (Torrent, etc) confluimos en la trampa de coches parados del Camí Nou de Picanya, junto a lo largo de un maratón semi-finalizado, regulado por multitud de guardias bostezantes y disciplinados, mientras, al lado, la cola de coches se sumía en un caos dejado en exclusiva al «control» exclusivo de los semáforos. La contaminación se masticaba a menos de 24 horas de la cumbre internacional del clima. Dos horas me costó llegar al descontrolado cruce del nudo Cuenca-Perez Galdós. Desesperación. Los únicos pitos que no se escuchaban eran los de los agentes de la policía local. Y termino: un «cero patatero» al responsable municipal que corresponda.