Durante la mañana del sábado mientras realizaba menesteres correspondientes a las fechas en las que estamos, también estaba prestando atención al discurso de investidura del señor Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Mi mirada se fijó de manera especial en el televisor cuando el candidato pronunció las palabras: «la soledad no deseada». De repente dejé mi otra tarea y empecé a construir esta reflexión. Entre todas las materias convulsas y retos para la nueva legislatura, pienso que la soledad es una de las peores lacras que afecta a nuestra sociedad. Cuántas personas están solas por causas propias o ajenas, por el devenir de la vida, por malas decisiones personales o por unos terceros. Incluso la soledad deseada no es buena. La soledad nos hace vulnerables. En estos tiempos que nos tocan vivir con las redes sociales en auge, con los falsos actos de liderazgo al conseguir compañías virtuales, con los cazadores y cazadoras de trofeos llamados «me gusta», con la exclusión social tan sofisticada que se ha construido también en la vida real, es un acierto que un programa político dedique unas propuestas a solucionar dicho problema. Espero que su intención no quede en humo. Pero no sólo con esto basta. Deberíamos y podemos actuar todos nosotros desde el minuto cero para acabar con este mal que tantos suicidios, por ejemplo, provoca. Porque, en cierta medida, conocemos quién la padece, ya que podemos identificar a personas que están solas a nuestro alrededor o incluso delante del espejo. Actuemos ya.