El otro día subí al tren y me senté en frente de dos mujeres de unos cuarenta años, y una la explicaba a la otra, que la relación con su actual pareja se estaba deteriorando por culpa de sus tres hijos que la desbordaban, pues los niños eran inquietos y lloraban por la noche y por que pidió a su pareja que le ayudara, éste le contestó, que los niños no eran suyos, que él quería una relación sin compromisos ni obligaciones y de lo contrario no queria seguir... Yo miraba estuperfacta a la madre y como se lamentaba de que sus tres hijos eran un obstáculo para vivir su vida.

Cerré los ojos pensé y rezé por esos tres niños que todo lo captan, que quizás, no les falte de nada material, pero sí lo esencial: el amor, la dedicación, el cariño, el ejemplo, la disciplina de unos padres responsables que los quieran de verdad. Recuerdo como mi padre nos ponía una mochila en los hombros con apenas cinco años y nos llevaba de excursión por el término de Benifaió y nos enseñaba nidos y nos explicaba cosas de su niñez, se hacía partícipe de nuestro problemas, nos enseñaba a jugar al ajedrez y cuando nos tenía que castigar lo hacía rigurosamente, pero las excursiones duraron a través de muchos años, hasta el día de su muerte. Para mí su compañía ha sido la herencia inmaterial más importante de mi vida. Siento que soy lo que soy, gracias él. ¿Podrán decir esas criaturas los mismo? ¿Habrá la naturaleza erradicado en las madres de hoy en día el instinto maternal, que hace de la felicidad de los hijos nuestra razón de ser?