Como todos sabemos, porque lo estamos sufriendo en estos momentos, el Gobierno de España declaró el pasado 14 de marzo el estado de alarma, lo que le permitió adoptar un conjunto de medidas excepcionales para impedir el contagio del virus COVID-19.

Entre las medidas adoptadas podría parecer que la más dura es la orden de permanecer en nuestras casas. Tan duro parece ser para muchos ciudadanos quedarse en casa, sin hacer nada, que como han informado los medios de comunicación, se producen numerosos incumplimientos por la ciudadanía, que ponen en riesgo la salud de quienes los protagonizan y las de sus seres queridos. Algunos de los infractores, eso sí, han demostrado gran ingenio y sentido del humor.

Sin embargo, es posible que lo más duro esté todavía por llegar, y no me refiero a volver a levantarse temprano para ir a los colegios, universidades y centros de trabajo después de al menos quince días de encierro. Pienso, más bien, en las devastadoras consecuencias económicas que dejará la pandemia. En especial, me preocupa el incremento del desempleo y la situación en la que quedan aquellas familias en las que alguno de sus miembros pierda su trabajo.

Pero tal vez el "Coronavirus" tenga algún efecto positivo. Quizá sirva para que muchos se reconcilien con el Estado del bienestar, tan denostado en las últimas décadas. Es posible, también, que muchas empresas descubran ahora, más vale tarde que nunca, el teletrabajo, que no solo redunda en beneficio de la conciliación de la vida laboral y familiar, sino también del medio ambiente. En China, el confinamiento durante varias semanas de la población ha reducido en un 25% las emisiones de gases contaminantes, y sin ir tan lejos, en Madrid, la reducción de la polución ya alcanza el 35%. ¿Será cierto que la vida nos enseña a base de golpes?