No podemos olvidar que no estamos solos. Ni para lo bueno ni para lo malo. Se nos ha presentado una adversidad en un país y en un siglo que no podíamos ser capaces de concebir. Somos seres sociales que coexisten unos con otros voluntaria o involuntariamente. Y ahí radica la importancia del individuo en la sociedad. En cada uno de nosotros recae una responsabilidad intrínseca como ser humano y componente de la sociedad. Se ha visto emerger la fragilidad y las carencias que nos integran, la exaltación del ego y la falta de empatía. ¿Picaresca o inconsciencia? Para que fuese lo primero, no tendría que generar perjuicios a segundas o terceras personas. Puede ser escudado en el caos, el pánico, la ignorancia de la situación y la desinformación ante eventos como el que nos concierne. Pero, como mucho, sólo puede ser parcialmente justificable al inicio de la crisis.

En nuestras manos se dispone el cambio que permita, a la mayor brevedad posible, retornar a la normalidad. Se demuestra un objetivo común, alcanzable en un procedimiento sin fisuras con el esfuerzo de todos, donde no intervenga ninguna diferencia que agriete el camino. Porque ahora mismo todos somos iguales. Resta apelar a la esperanza de la reflexión por parte de cada uno de nosotros. Ni la moral ni los derechos deberían ser derribados por una coyuntura dispar a la ordinaria. Menos todavía si se tiene en cuenta la pobreza, inseguridad, cese empresarial o endeudamiento masivo que la situación pueda suscitar en un futuro próximo. Somos humanos, y no estamos solos. Adrián Bermell Mira. València.