Un turno termina. Ha sido una tarde dura: Una niña de meses que casi fallece por una repentina subida de fiebre, otro intento de suicidio, otro más, una nave llena de material sanitario que alguien acapara, un energúmeno borracho de 150 kilos que agrede a la mujer. Hay que reducirlo ¿será portador? no puedes pensarlo en ese momento y te lamentas por el compañero que ha terminado con su rodilla lesionada. Un cadáver en vía pública, unos vecinos que se encaran en unas zonas comunes con chiquillos de por medio, pero otros que lo hacen de balcón a balcón, sanciones, muchas sanciones, 5 sanciones, 8 sanciones,..., 102.000 sanciones a gente que se creen son más listos que los comunes, o que se la trae al pairo la sociedad, o... "es que no pasa nada" o "es que nos engañan", o "es que necesitaba limones", o "es que voy a por 20 € más porque con los otros 20 de antes creo no me va a llegar", o "es que necesito la prensa impresa porque no me aclaro con internet..."

Y el estrés, la tensión que se masca en la calle, se palpa, que vicia el aire haciendo que todo sea irreal. Y tienes que pararte un segundo para pensar que sí, que todo lo que está sucediendo es muy real. Y circulas, y ves las luces de las casas, muchas luces, muchas casas. Creo que nunca había visto tantas a la vez, y en cada una de ellas, una familia, una persona, una historia o muchas. En casi todas ves el interior porque nunca los hogares habían querido prolongarse tanto hacia el exterior, hacia la calle. Qué irreal, y qué real al mismo tiempo todo cuanto acontece. Qué incertidumbre.

Y te encuentras un niño. Doce años tiene. Sacando a su perra Martina a la puerta de su casa, en el descampado. Y le dices que vaya para casa y tenga cuidado pero sabes que ese ratito de cinco minutos que saca a la perrita es para él el más emocionante del día.

Y llegan las 20:00, la gente aplaude en los balcones. No había estado aún en un servicio de tarde así que emociona vivirlo en la calle y no desde casa. El vello de punta porque percibes que esos aplausos son un país diciendo aquí estamos nosotros y vamos a salir adelante, más allá de políticos y dimes y diretes. Aquí estamos nosotros aplaudiendo porque España es solidaria y agradecida y porque sabemos que estáis ahí. Los de azul, los de blanco, los de verde, los de caqui, los del súper, los del camión, los de la escoba, los de la fregona, los del camión de basura, los de la manguera, los del tractor, los del taxi, y un etcétera tan grande como los aplausos que se oyen en este País cada noche desde La Coruña hasta La Línea, desde Gerona hasta Huelva, desde Mahón hasta El Hierro.

Y justo en ese momento te topas con dos inconscientes que piensan que salir de paseo es más importante que la salud de sus convecinos. Y debes actuar, y siendo la hora que es, con los balcones llenos, tienes mil ojos mirándote, e increpando a los irresponsables, porque la tensión sigue subiendo y apenas llevamos semana y media.

Continuas el servicio, la noche se va cerrando y el tráfico ya escaso se hace casi nulo excepto por un coche parado donde no debería: "Buenas noches señorita, ¿cuál es el motivo de que se encuentre estacionada aquí? Soy enfermera del hospital. Voy al turno de noche y recojo a mi compañera que no tiene coche ni permiso de conducir".

Y ves que es apenas una cría, de ojos grandes y bonitos, sonrisa dulce y manos pequeñas. Pero esa cría, y su compañera, que probablemente sea otra cría, están salvando las vidas de muchos paisanos estos días y todos los días. "Buenas noches, tened mucho cuidado y mucho mucho ánimo". "Muchas gracias también a vosotros", responde esa joven con una sonrisa mientras sube la ventanilla del vehículo.

Por eso al llegar a casa, estoy cansado, muy cansado, pero con la conciencia tranquila de haber contribuido un día más a que mi país salga adelante, siento emoción, mucha emoción y mucha gratitud por todas esas personas que nos aplauden.