Cojamos una piedra cuadrada. Podemos diferenciar cuatro caras diferentes. Si enseñas una de ellas, otra se esconde. Si la echas a rodar, no rueda. Tiras la piedra y cae a un río. Dejas que la corriente arrastre la piedra y así sus vértices se van puliendo al golpear contra el suelo hasta convertirse en un canto rodado. Ahora tiene solo una superficie, no esconde nada y si la echas a rodar, rueda. Tres factores: tiempo, constancia y fluidez. Esa piedra es el niño ingenuo y confuso que se deja arrastrar por la fase de la adolescencia, llena de altibajos, cambios y golpes y que se acaba convirtiendo en un individuo ya formado y definido como tal. No merece la pena comerse la cabeza buscando quién eres y qué haces aquí, las cosas llegan cuando llegan y mientras tanto te dejas llevar.