Salimos a aplaudir todos los días a las ocho, nos quedamos en casa para protegernos, cuidamos del resto...

Es increíble la fuerza con la que chocamos manos, ahora, que nos afecta.

Solo nos hemos unido cuando hemos visto en peligro lo que nos rodeaba, y ahora con una máscara pintada de hipocresía salimos a aplaudir, a cantar que resistiremos cuando, por siglos, países enteros lo cantaban a viva voz con la intención de que quienes estamos unos peldaños más arriba, los oyéramos. Ahora es cuando nos acordamos de aquellos ancianos que pasan todos los días solos, ahora es cuando queremos abrazar a quienes llevamos sin abrazar años.

Gritamos desde los balcones a quienes no quieren ayudarnos, pero cuando una mujer muere cruelmente a manos del cólera en Camerún, nadie dice nada. Cuando un niño, desnutrido, contempla los ojos de su madre que ve escapar la vida de su retoño a manos del dengue en Brasil, todos callan. Si un anciano residente en Indonesia, fallece solo, a causa de la Difteria, nadie se apiada de su soledad.

Tal vez nuestras manos no se deban limpiar solo de virus.