Un día más observo escrupulosamente el protocolo del caos (mascarilla y distancia, cuidado con las manos). Al parecer, el miedo generalizado ha cedido frente a la tristeza mayoritaria, la secuela más benigna que suelen presentar quienes han tenido la suerte de no sucumbir a la pandemia. Por tanto, ella debería gobernar. Y, de hecho, lo hace. La tristeza nos gobierna con mano de hierro mientras la sonrisa macabra de los dirigentes echa tierra sobre los días de las cifras terribles y el confinamiento, mientras nos siguen lavando el cerebro con un mantra de palabras y palabros que amenaza con repetirse hasta doblegarnos, mientras sacan pecho en vano para enfrentar la crisis económica y los rebrotes. La verdad es indiferente. Los intereses se están descarando, hartos de abrazar ideologías como pretexto. ¿Y lo vital? Lo vital (más allá de esa dádiva al ocio baldío llamada renta mínima con que pretenden comprarnos de saldo) es que yo crea en ti, que tú creas en mí y juntos creamos en los demás para derrocar a la tristeza. Sigo aquí, respirando una y otra vez mi propio aliento teñido de menta, tratando intensamente de seguir adelante. Yo, creo en ti. Gerardo Diego Rocher Catalán. Valencia.