Hay quien elige vivir en zonas arboladas pero, sin embargo, no lleva nada bien que las hojas de los árboles ensucien su parcela.

¿Tiene sentido que alguien que disfruta del privilegio de vivir en un espacio natural protegido como es la Sierra Calderona tale, uno a uno, los pinos centenarios de más de 20 metros de altura de la parcela donde tiene la vivienda porque le molestan, sin que las autoridades competentes intervengan para impedirlo? ¿Tiene sentido que esa misma persona pretenda que el propietario de una parcela contigua corte un árbol cuya copa sobrevuela la suya porque las hojas -hablamos de un pimentero- caen sobre la ropa que cuelga en su tendedero? ¿Tiene sentido si pensamos que el árbol en cuestión lleva ahí décadas? ¿Tiene sentido si consideramos que la parcela de quien ha elegido vivir en el bosque, pero, sorprendentemente, no acepta lo que esa elección conlleva, alicatada como está hasta el techo, cuenta con espacio de sobra para instalar todos los tendederos que juzgue oportuno, sin necesidad de atentar contra un entorno singular que todos -él el primero- deberíamos respetar?

La Generalitat se desvive por reintroducir las ardillas en el parque fluvial del Turia. Mientras tanto, en Náquera, ¿hemos de aceptar que esos mismos animales vean reducido, día tras día, su hábitat? ¿Es admisible que aquí las ardillas deban utilizar los cables del servicio eléctrico, en sus recorridos diarios, porque algunos vecinos no sienten escrúpulos en destruir la continuidad de una masa arbórea que estaba donde está desde mucho antes de que cualquiera de ellos adquiriera propiedad alguna? Por favor, un poco de coherencia y de respeto.