A primera hora de la mañana, partidarios y detractores de Carlos Fabra tomaban posiciones frente a los juzgados. Unos trajeados con las pertinentes camisas azules y las corbatas Armani. Otros, más informales, con camisetas negras, largas patillas y alguna que otra gorra del Ché. Los dos bandos formaban uno frente a otro, se miraban con desconfianza, aguardaban la llegada de Fabra, que ha dejado de ser un político más para convertirse en un fenómeno mediático. Ángel para unos, demonio para otros.

Mientras llegaba el cochazo oficial, quince simpatizantes de Esquerra Unida iban calentando el ambiente y desplegando una pancarta de varios metros. "Contra la corrupción, Justicia". El campo de batalla ya está marcado.

Poco antes de las once, Fabra bajaba del vehículo y se zambullía en el mar de periodistas, folio en mano. "¡Pre-si-den-te, pre-siden-te!", gritaban algunos enfervorecidos para oscurecer los abucheos e insultos del bando rival. "¡Fabra a la prisión!", gritaba alguien entre los de EU. "¡Terroristas!", le respondía un popular.

Más de medio centenar de simpatizantes y cargos provinciales arroparon a su líder, entre ellos algunos alcaldes y miembros de nuevas generaciones. También estuvieron Javier Moliner, vicealcalde de Castelló; el presidente en funciones de la diputación, Francisco Martínez; y el vicepresidente Vicent Aparici, estos dos últimos también investigados por la Justicia. A la salida, tras declarar ante el juez, Fabra tuvo que volver a escuchar los gritos de "Fabra a la prisión".