Nadie sabe lo que es el miedo hasta que pisa Castalia a la hora en la que se deciden los partidos. Nadie sabe lo que es el vértigo hasta ese momento maldito, en el que ya es historia el sol acogedor de la tarde, calando el frío húmedo de la noche con premoniciones oscuras. Y nadie sabe mejor lo que es sufrir que el albinegro, anclado en una dinámica dolorosa. Si juega mal, pierde; si se equivoca se cae y, en cambio, el hacer las cosas bien no le garantiza nada, ni siquiera, como ayer, un mísero empate. El Castellón cayó ante un Benidorm que rentabilizó su media ocasión tornándola en gol, el único, que valió tres puntos en el cero a uno final, que agudiza la tensión en el club de La Plana.

El perfil medio de la Segunda B es sencillo: tan prohibido el error en defensa como el lujo en ataque, innegociable el orden, no hay más verdad que el resultado. En la caverna de bronce, el paraíso de los ventajistas, no existe el debate entre ética y estética porque nadie repara en cuestiones orilladas. No existe lo bonito o lo feo, sólo lo bueno o lo malo. No importa el camino, ni el modo de recorrerlo, sino llegar superviviente a meta.

En este sentido, el Castellón de Vinyals bracea a contracorriente. Es un equipo que se plantea dilemas y aspira a comprenderlos, primero, y a resolverlos después. Le preocupa el cómo, y convierte cada ataque en una cuestión de estilo, ya desde la zaga, incluso a veces desde la inconsciencia, desafiando en determinados casos la aptitud con la pelota. Y le preocupa, también, el porqué. Porque Castalia es Castalia y el Castellón el Castellón, y pesa la memoria, intentando mantener el decoro, ser dignos del escudo, la camiseta y ese tipo de cosas, en un axioma admirable, innegociable y valiente, al tiempo que peligroso.

Ocurre, en la práctica, que en el corto plazo la tarea deviene superlativa. A la escasez de calidad se une la ansiedad que causa la falta de resultados que refuercen la idea, con la guadaña siempre lista, amenazante, sin el amor incondicional de la directiva. Y ocurre, en especial en casa, que los papeles se acentúan hasta la caricatura. Descaradamente encastillado en su área el Benidorm, aplicadamente volcado el Castellón en su cruzada, la de gustarse a sí mismo para gustar a los demás.

En el verde, los de Vinyals fueron coherentes con el manifiesto. El equipo afrontó el examen como un equipo y, todos a una, practicaron un ejercicio de personalidad. No fue perfecto, pero funcionó el juego posicional, en el ir y venir de Simón y Lázaro, alternándose Lolo y Béjar con los laterales para ocupar lo ancho, y Pau faenando al servicio de Luismi.

Porque no cabía otra posibilidad, asomaron las ocasiones. Las más claras: un balón que descolgó Pau -con él hay variante por alto-, voleó de zurda Luismi y desvió a la esquina el ex albinegro Óscar Fornés -que ahí comenzó a vestirse de héroe-; dos remates sacados bajo palos, uno a Lázaro y otro a Luismi en un libre indirecto que provocó Pau; un mano a mano de Lázaro que no supo orillar su disparo ante Óscar -héroe visitante a esas alturas??-; una improvisación alegre del revulsivo Mamady, que falló con la espada; y una paciente jugada colectiva, de manual, con balón interior de Simón a Béjar y pase de la muerte que enhebró el hilo más inverosímil, entre las piernas de Luismi, a un palmo del gol y del festejo.

Por contra, sin explicaciones y sin rubor, de un saque de banda traicionero nació la ola que alimentó el acierto de Yahvé y rompió en la pañolada final, con la afición esperando al descuento para señalar a sus culpables, girándose al palco pañuelo al viento.