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La expansión de la plaga de picudo rojo en las palmeras del emblemático parque Ribalta ya ha provocado la muerte de al menos cuatro ejemplares y la infección de cerca de una decena de "Phoenix canariensis", según datos facilitados por fuentes municipales.

Además, las autoridades municipales mantienen el arbolado muerto en el parque y -cuatro años después de que se detectara el primer brote y tras haber perdido 5.000 palmeras en la provincia- siguen sin aplicar las medidas mínimas que marca la normativa de la Generalitat Valenciana para evitar la expansión del insecto.

Según el protocolo legal exigido por la Conselleria de Agricultura -al menos sobre el papel-, todas las palmeras infectadas en estado avanzado deben ser retiradas, eliminadas -quemadas o trituradas- y trasladadas a la planta de tratamiento de Godelleta (Valencia), única instalación actualmente autorizado para la gestión de estos residuos vegetales.

La razón de ser de la exigencia es sencilla. El picudo rojo puede volar y tiene una gran capacidad de expansión, lo cual hace que mantener los ejemplares infectados multiplique el riesgo de propagación hasta el punto de que la infección de las palmeras colindantes sea casi inevitable.

Convencer a los propietarios privados resulta difícil, dado que los gastos de retirada y eliminación son costosos. No obstante, la Generalitat ya ha decretado la obligación de los particulares de sanear o eliminar sus palmeras.

Menos problemáticas deberían ser las palmeras de espacios públicos, dado que la Generalitat Valenciana y los propios ayuntamientos han liderado campañas de sensibilización al respecto.

Sin embargo, la realidad supera a los folletos informativos que reparten las autoridades competentes y la imagen de troncos decapitados de palmera comienza a eternizarse en la capital de la Plana. Uno de los ejemplos más recientes es el parque Ribalta, donde las palmeras muertas y decapitadas se mantienen en la zona verde pese a las exigencias legales y pese al conocido riesgo de infección para el resto del parque. De hecho, las hojas amarillentas y las larvas de picudo se diseminan a su antojo en buena parte del pulmón verde del centro de la ciudad.