El padre está cansado de dormir todas las noches tarde, derrotado. Lo hace tras jugar en el futbolín del hotel hasta que el sueño se apodera de su hijo. Su mujer soporta los sonidos de la vídeo consola de la primogénita. Una adolescente que se aisla cada día con la susodicha maquinita o con el otro engendro que se ha traído de vacaciones: su pequeño mp3.

Las mañanas son procesiones entre colosos edificios para llegar a la playa cuando el sol te golpea ya en la cara. El objetivo es conquistar un trozo de arena. Montar la sombrilla y colocar las tumbonas. Después tocará desmontar, comerse la pizza y la sangría del hotel -que para eso van en el precio- e intentarán dormir la siesta entre golpes de raqueta de padel, o gritos de niños que parecen no tener padres cuando chapotean en la piscina.

Con ojeras y aburrido, a los tres días de supuesto descanso, el hombre baja a tomarse un café junto al recepcionista que les registró en la habitación familiar. Un cuarentón inteligente y atento; que parece ajeno al bullicio del turismo de masas, pues es un profesional ante todo. "No se agobie señor. Necesita tomar aire, quizás una excursión...".

Dos días después la familia Marañón disfruta en el yacimiento romano de la Vila Joiosa, incuso ella se sumerge para ver los vestigios subacuáticos de Bou Ferrer. Después se comen un arroz frente al puerto, lugar por el que siglos atrás pasaron las naves más importantes del Imperio. Aquellas que transportaban vino entre los principales puertos romanos. Y el moscatel del terreno les sabe a Roma cuando brindan. Compran una ánfora de recuerdo en una alfarería local y regresan al hotel entusiasmados. Un libro sobre las colonias romanas del Mediterráneo valenciano les iluminará las noches de "playstation" y les mantendrá despiertos en las tediosas tardes de piscina. La pareja lo tiene claro y sus hijos también. El jueves cogerán el coche para visitar Sagunto, su castillo y el teatro. Lo harán con los Ruipérez, un matrimonio que conocieron entre las ruinas arqueológicas de la Vila. Parece que las vacaciones han dado un giro y el sol y la playa se quedarán esperando entre los gigantes rascacielos y el colapsado mar.

Es el relato de muchos turistas que vienen por inercia a unas vacaciones fijadas con el reclamo del sol, la playa y la gastronomía a precio razonable. Pero que precisan de un nuevo aliciente. Un producto cultural y turístico con el que sentirse identificados, con el que evadirse de verdad en su tiempo de ocio, de vacaciones. Las comarcas valencianas tienen un potencial enorme en cuanto a vestigios históricos por visitar. Una gran lista de norte a sur que apenas conocen los turistas que nos eligen para pasar el verano.

Lo explica el filósofo, profesor invitado del Máster de Gestión Cultural de la Universitat de València y la Politécnica, exdirector del CDT de Benidorm, y actual director de Responsabilidad Social de la naviera Baleària, Josep Vicent Mascarell. "El turista llega a una 'tierra' atraído por un recurso (sol y playa, cultura, gastronomía, golf) y esa 'tierra' la desterritorializa en una experiencia -unos días de aventura por las montañas, de navegación por las islas, de consumo gastronómico urbano, etc- para después volver a territorializarse en un nuevo producto: golf, aventura, cultura... Todo ello en una comunidad virtual; una autopista virtual de consumo; un nuevo territorio. A partir de ese momento el turista forma parte de una comunidad: la de los miembros del turismo cultural, los de aventura, de monasterios, de vestigios arqueológicos, etc".

Mascarell entiende que "a principios del siglo XXI hemos recuperado el origen del turismo: el viaje. Ahora importa el viaje para hacer alguna cosa más. Ya no existen los destinos turísticos, el destino es el turista y la comunidad virtual que se ha creado para hacer algún tipo de actividad siendo él el protagonista principal". Por eso, "la construcción de productos en un destino se tienen que poner al alcance de esas comunidades y con todo el envoltorio correspondiente: transporte, comida, alojamiento, etc".

Museos y yacimientos

El turismo cultural todavía es barato, es cierto. El acceso a los museos valencianos o a los yacimientos al aire libre prácticamente no tienen un coste para los visitantes porque ese producto es todavía un complemento al resto de comunidades (las del sol y playa, las del turismo rural, o urbano, las del golf o las actividades náuticas).

Convertir al viajero en actor principal de la experiencia o la actividad es el objetivo en el campo del turismo arqueológico. No existe un sólo enclave valenciano que no tenga algo que mostrar de época íbera, romana o árabe (por citar tres de las grandes civilizaciones que han habitado nuestras tierras). Por lo tanto, en la construcción de ese producto turístico los municipios tienen mucho que aportar, en cuanto a la defensa de su patrimonio y su puesta en valor como atractivo para los visitantes.

Mientras dure la crisis, los turistas con pocos recursos económicos tendrán a su alcance una experiencia histórica y patrimonial de primer orden. Quizás así se genere un nuevo mercado turístico que permita competir con otros destinos. La demanda de ese producto lo pondrá en valor y se convertirá en rentable por si solo. Mientras eso ocurra, los turistas de 2011 podrán desplazarse hasta los principales reclamos arqueológicos valencianos. Levante-EMV aporta algunos en la página siguiente. El resto, los podrán encontrar los propios protagonistas cuando entren en la "comunidad del turismo arqueológico".