El primer campo santo de Castelló

Debajo de la severa arquitectura del ayuntamiento descansan los restos de los primeros pobladores de la ciudad de Castelló tras la Reconquista de Jaume I

Antonio Gascó castelló

Aunque falta documentación de archivos y arqueológica, cabe suponer que el núcleo inicial de Castelló, debió ser el área Sur y Este de la actual plaza de Santa Clara, lugar en el que un monumento del escultor Llorens Poy hace referencia a la historia local.

El colectivo de alquerías conocido como Benirabe debería estar situado en torno a un viejo sendero de dirección Norte Sur, coincidente con la actual calle Mayor. El hecho de que el primitivo cementerio estuviera ubicado en la plaza Mayor, en el área que hoy ocupa el edificio consistorial, a sotavento de la primera colonización, hace pensar, que podría ser la necrópolis de los islámicos de Benirabe, que los nuevos pobladores mantuvieron, cuando se cerró el núcleo de hábitat originario, por el lienzo de la actual calle de Enmedio, dado que en él habían sido también enterrados los primeros moradores cristianos de Castelló.

La estructura de la nueva localidad, poco tuvo que ver con la disposición de las discontinuas alquerías musulmanas. Bien por el contrario, el trazado planimétrico siguió un modelo de emparrillado, muy frecuente en el siglo XIII particularmente en el sur de Francia y presente en localidades levantadas tras la reconquista como Burriana, Vila-real, Almenara o Nules.

El eminente arquitecto Vicente Traver presuponía en su imponderable libro "Antigüedades de Castellón", que la primitiva iglesia debió tener una alineación Norte Sur, lo que parece confirmarse por el zócalo de mampuesto descubierto en unas muy recientes excavaciones de 2009, llevadas a cabo en la plaza de la Hierba, en las que, asimismo, aparecieron numerosos enterramientos. Y es que en el entorno de la iglesia mayor, como se ha referido, se ubicaron los primitivos cementerios, ora en su derredor, ora frente a ella en los terrenos hoy ocupados por el ayuntamiento y las dependencias municipales junto a la torre campanario.

La primitiva Abadía

La abadía, cuya construcción se inició en paralelo a la de la iglesia, era residencia del párroco y más tarde del Vicario de Vall de Crist que asumió la función rectora parroquial. La casa se ubicaba en la plaza Mayor, a la izquierda de donde siglos más tarde se alzaría el Campanar y su espalda daba al cementerio, arrancando su pared de levante del mismo lateral de la casa rectoral. Contaba con el "celler" o almacén, para almacenar los diezmos y las primicias que se pagaban al cenobio segorbino, además de la vivienda y un patio descubierto. Sobre su puerta flanqueaba el escudo cartujano, que aún hoy luce sobre las dovelas del arco de la puerta de entrada.

El hecho de que el cementerio estuviera en el centro del pueblo, planteó no pocos problemas, como la merma de espacio útil en la "plaça Vella", la falta de salubridad o el desenterrado de los huesos por los perros, pese a lo cual no se trasladó hasta 1803. Los vecinos hubieron de asumir la presencia de las tumbas de sus antecesores con una acostumbrada naturalidad. De hecho, muchas de las estelas de las sepulturas, fueron utilizadas para la reconstitución de la iglesia mayor, y su luctuoso recinto, como almacén para el mercado semanal del lunes.

Ello no quita para que los castellonenses tuvieran una gran reverencia por los muertos. De hecho muchas mujeres cuando iban a llorar a sus deudos lo hacían de modo tan escandaloso y desquiciado, que el municipio tuvo que regular sus exaltaciones imponiendo multas a las que gritasen en exceso o dijeran expresiones trastornadas ("paraules folles e molt vanes").

Ante las tapias del camposanto se ubicaba el mercado que era el centro social de la ciudad. Se llevaba a cabo los lunes, tradición que ha arraigado hasta nuestros días, habida cuenta que se sigue celebrando este día de la semana uno muy popular y próvido que conserva el sabor ferial de la plaza pública, pese a contar con un muy amplio establecimiento techado. La plaza por su amplia oferta, era motivo de atracción no solo para los convecinos sino para forasteros venidos de lugares de las comarcas aledañas, y aún de otras más lejanas como Els Ports o el Maestrazgo.

En la plaza, se vendían desde quincallas a frutos, amén de especias traídas de oriente como azafrán, jengibre, clavo, pimentón, clavo, junto a toda clase de hortalizas y grano, como lo demuestran los profundos silos encontrados en la plaza de la Hierba. Además zapatos, medias, correajes, sombreros, cirios, miel, extraída de las numerosas colmenas que había en el término, útiles de metal, desde los domésticos a los militares, utensilios de cocina y de mesa y por supuesto carne y pescado.

Es anecdótico referir el efluvio lacrimógeno de los puestos de cebollas ante la puerta principal de la iglesia y otros tenderetes emplazados ante la tapia del cementerio, algunas de cuyas tumbas llegaban a servir de aparador para los puestos.

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