Hasta el minuto 87, Molina vivió el estreno soñado. En su debut como entrenador de Primera, su equipo marcó pronto un gol (Ruben) y firmó raudo el segundo (Gonzalo). Después sostuvo la batalla táctica a Unai y vio cómo sus hombres seguían ciegamente sus instrucciones para administrar la ventaja frente al rival regional, tras el recorte de Feghouli antes del descanso. Lo tuvo todo Molina hasta el 87 porque, hasta que Aduriz destrozó a la pareja de centrales amarilla, tuvo el partido que quería. Pero primero Aduriz le ganó el salto a Lejeune, que había sustituido al tocado Gonzalo. Y luego cazó el rechace defectuoso de Zapata y batió a Diego desde la frontal, marcando el 2-2 definitivo, que deja a Villarreal y Valencia donde estaban. Los locales, en descenso; los visitantes, en el podio de la Liga.

En dos balones largos colgados desde la cueva nacieron los dos goles del Villarreal, que marcó distancias en poco más de un cuarto de hora. El camino elegido incidió en la intención de evitar riesgos en la salida, en el deseo de recuperarse desde la seguridad, de crecer sin pedir excesos a la confianza. De inicio, como toda la noche, la actitud de los locales fue excepcional. En el uno a cero, Nilmar saltó con Rami, Marco Ruben recogió el despeje corto y entre los dos, hilo y aguja, tejieron una maniobra acorde a su potencial. La acción fue de una simpleza demoledora. Nilmar devolvió la pared, Ruben controló, se acomodó y elevó el cuero cruzado a la red. Pareció un regalo, pero hubo mérito: precisión cirujana, velocidad de vértigo. Nivel.

Al poco, en el dos a cero, Borja se acercó al flanco diestro para trabajarse el saque de banda que derivó de otro balonazo mal defendido por la zaga del Valencia, bien molestada por el ansia de Ruben. Borja Valero se trabajó una falta lateral, que enroscó a continuación a la testa de Gonzalo, que remató solo y certero, asegurando el premio. Los dos tantos del Villarreal mezclaron responsabilidad propia y concesión ajena. Lo que en un área se marchitó en insinuación -una vez a Mathieu no le dieron las piernas de sí, otra Soldado se quedó sin campo-, en la otra germinó en frutos. Más o menos lo sufrido por el Villarreal durante lo que iba de temporada, pero a la inversa. Sin ser especialmente mejor, sí fue, liderado por la sabiduría de Senna, que se exprimió, puntualmente más competitivo.

Reacción visitante

La doble bofetada amarilla despertó al Valencia, que replicó con un punto de agresividad, y con Soldado cerca de descarrilar, pasado de vueltas. La contienda subió un peldaño en exigencia, y el Villarreal respondió apretando los dientes, con varios síntomas para el optimismo. Para empezar, no faltó carácter que, vistos los precedentes, no es poco y, para rubricar, el equipo se dio el gusto de bailar al rival en una larga combinación, un delicioso rondo de pases al primer toque que provocó la ovación de la grada.

Con todo, la finura fue excepción en una noche de mucha prosa, de pierna fuerte y de conflicto constante. La batalla se convirtió en un ejercicio de resistencia. El Valencia, con más empaque, soportó mejor la erosión, pero el Villarreal tiró de colectivo para esconder carencias individuales. Los interiores anduvieron muy cerca de los laterales, Ruben muy cerca de Nilmar y Senna muy cerca de Bruno. Bueno, Senna muy cerca de todos.

Rearmado, el equipo de Molina minimizó las intervenciones de Diego López que, eso sí, nada pudo hacer en el dos a uno. El Valencia marcó antes del descanso, en una jugada imprevisible, acorde a la fama de Miguel. Hizo un tuya mía con la cabeza de Soldado y templó un centro inverosímil e indefendible al primer toque, que picó con la testa Feghouli.

Desenlace cruel

El cansancio enredó a Banega y empapó de errores el juego en la segunda mitad: un ir y venir deslavazado. Pudo sentenciar el Villarreal pero Alves desvió de un guantazo un zurdazo seco de Borja y un culebreo de Nilmar. El resultado paseó por el alambre, incierto, para caer del lado del empate, cruel para Molina, que no ganó el partido pero sí crédito, confianza propia y ajena. Se ganó a la grada y se ganó a sus hombres. Ya tiene piedra angular.