Sería tan injusto culpar por no jugar bien a fútbol el domingo a quienes no han podido sentirse futbolistas de lunes a sábado que, ante el final con empate a cero en el Castellón-Ribarroja, sólo cabe la sabia y emotiva reacción que tomó la grada. El aplauso continuado y los gritos de Castellón, Castellón, subrayando esa identidad diáfana para que nadie tenga la tentación de confundirse, y para confirmar que ayer el resultado, latente el embrollo institucional que todo lo tapa, era lo de menos. Porque no urgen goles, sino mayores soluciones.

Como era de esperar, en el desenlace de esta convulsa semana, en el césped pasó poco, y lo poco que pasó, apenas algo tuvo de bueno. En un primer tiempo marcado por el soplido continuo y molesto del viento -a favor de los visitantes, en contra de los locales-, el Castellón no tiró entre palos hasta pasada la media hora, cuando Miguel Ángel voleó un rechace en la frontal que detuvo sin problemas el portero Jordi. Antes y después, el tedio. Y el frío creciente. Un rosario de imprecisiones en pases, centros y controles que machacó el ánimo de la grada, más pendiente lógicamente del palco que de otra cosa. Los albinegros no pasaron apuros en defensa, eso sí, firme la pareja central, pero en la tarea ofensiva nunca se halló el ritmo adecuado en la circulación, desconectado Aarón en la mediapunta, planos Miguel Ángel y Álex Felip en el doble pivote, romas las bandas con Juanjo y Juste. Sin inventiva, de Hugo García, en punta, casi no hubo noticias.

En general, lo llamativo fue la ausencia de acciones que llamaran la atención. Miralles acaparó focos en el palco, con picos de bronca en su llegada y en su salida y, abajo en el verde, la tarde se fundió en minucias. La descoordinación de los recogepelotas, el resbalón de aquel jugador, la sombra que le va ganando metros al sol y la humedad gélida que todo lo empapa. La cabeza estaba en otra parte, conscientes unos y otros que lo deportivo no es más que consecuencia del eterno enredo en el que la institución anda enfrascada.

Además, tampoco el Ribarroja se esforzó en demasía en hurgar en la herida local. El empate le pareció un premio de principio a fin. Conformista, quizá sin calibrar el grado de vulnerabilidad del rival, dejó pasar el envite sin poner a prueba a Rubén Jiménez en aquellos minutos en los que el Castellón anduvo blando y alicaído. Rubén, por cierto, firmó el mejor partido posible tras regresar al marco, ya sin Eduard en la plantilla. El joven portero evitó errores, salió valiente en los balones aéreos y salvó a los suyos en la más clara y casi única ocasión visitante, mediada la segunda mitad, cuando exhibió reflejos para evitar el tanto de Víctor.

No hubiese sido justa la derrota de un Castellón que no tuvo lirismo, pero sí coraje y voluntad. Arrancó insistente el segundo tiempo, -que si una falta de Hugo, que si un par de arrebatos de Juste, que si la percusión de Álex...- pero nunca escapó de la sensación de depresión y fatalidad. Por momentos, y por pura inercia, el Castellón encerró al rival, sin saber cómo meterle mano.

Fernández Cuesta movió el banquillo y Castalia despidió a Miguel Ángel. El sustituto, Joel Sánchez, facilitó apoyos y caminos al área, pero se quedó a medias. Nada cambió con la entrada de Julián y Stefan, y la contienda languideció hasta el final, en el quiero y no puedo que ya vivió el vestuario en la pasada temporada y que cabría matizar en esta, sea cual sea la alineación, sea quien sea el entrenador. Es quiero y no me dejan.