La noche del 23 de junio es una noche mágica, marcada por el ritual del fuego y otras tantas ceremonias que poco tienen que ver con la esencia de la celebración del bautismo de Jesucristo. Como suele ser habitual, la celebración religiosa se apoya en la secuencia ritual de determinados momentos del calendario. San Juan llega cogido de la mano del solsticio de verano, de la misma forma que las fallas lo hacen con el equinoccio de primavera, confundiendo de esta manera los orígenes paganos y los cristianos y remontando el carácter extraordinario del día a unas tradiciones que se pierden en la noche de los tiempos.

Coincidiendo con el solsticio de verano, en la noche de San Juan se conmemora el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Más que nunca, el sol se resistirá a marcharse. Serán las diez de la noche y todavía habrá una tenue claridad. Es una velada en la que el fuego es el elemento principal, símbolo de purificación. Pedir un deseo y alejar los malos augurios son muchos de los rituales que se realizan.

Las playas valencianas congregan a numerosos grupos de personas bajo el abrigo de una hoguera. Una vez prende el fuego, saltan por encima, alejando así los malos espíritus. Uno de los rituales consiste en saltar siete veces la hoguera para tener protección durante todo el año.

Cuando el reloj marca las 00.00 horas del día 24 entra en juego el otro elemento indispensable, el agua. A partir de esa hora se le atribuyen propiedades milagrosas y purificadoras.