Hay pocas cosas más estúpidas que pagar por leerse a uno mismo, y por eso no es de extrañar que a mí me ocurra con frecuencia. La última vez fue reciente, en plena Semana Meseguer, porque recordé que una tarde de junio sin mucha noticia a la vista llamé a Jordi Marenyà, quien fuera capitán albinegro, para que comentara su primera temporada lejos de Castalia y sus impresiones respecto a lo que había ocurrido en el Club Deportivo, ya saben, el casi descenso, la trituradora de entrenadores, los mil cambios de jugadores y todas esas cosas que cabe siempre tener presentes. Jordi, diplomático como es, no es que se mojara mucho en lo negativo, pero sí dejó una perla en forma de sentencia en la parte final del discurso: su apuesta decidida por Charlie Meseguer. A mí me llamó la atención, en especial porque suele ser prudente Marenyà, y se lo comenté al propio Meseguer que, halagado más si cabe porque apenas se conocían, respondió con un escueto «gracias, ahora hay que demostrarlo».

Acababa de empezar junio y todo sobre el Castellón estaba cubierto por una nube de incertidumbre. Vuelvo al principio para decir que me acordé de ese artículo la otra madrugada, lo busqué en Google y resultó que la noticia era de pago. Aquí toca de nuevo subrayar mi idiotez. Meses atrás, cuando mi periódico o quien fuera decidió introducir un muro de pago en algunas noticias, nos envió un correo facilitando una clave a los trabajadores, qué menos, pero yo lo fui dejando en plan qué más da, si luego ni suben las noticias que me interesan, o las puedo leer después en papel o en la hemeroteca los días que vaya a la redacción. Yo soy además muy de leerme a mí mismo, aunque solo sea para flagelarme después cuando una coma está mal puesta, o cosas por el estilo, así que a las pocas semanas, en otra madrugada de no hacer nada útil y acabar buscando crónicas y columnas pasadas que analizar en busca de fallos, me di cuenta del error: debí haber activado mi clave, que entonces ya había caducado. Como no hay mal sin consuelo cercano, me registré.

Finalizada mi aventura vía Paypal, conseguí leer las palabras exactas con las que Marenyà se convirtió en guía espiritual de la religión Meseguerista: «Yo apostaría por Meseguer, me la jugaría con él, por lo que le he visto se lo merece». De Marenyà y de sus palabras me acordé mucho el martes, cuando estuve hablando con el entrenador Jorge Peris, el colega y compañero Borja Quirant y el propio Meseguer para preparar un reportaje sobre el protagonista de la semana. Igual que Jordi, Charlie ha andado cerca de escurrirse por el camino. Los dos brillaron en el Juvenil, sobre todo a base de talento. Jordi debutó en Segunda en edad adolescente, su salto fue tan grande que jamás jugó un minuto en el filial. Luego anduvo mucho sin minutos, en parte por las lesiones, en parte porque era la víctima fácil en cuanto el vestuario se llenaba de veteranos. De Jordi se decía lo mismo que se decía de Meseguer: que le faltaba carácter y le faltaba trabajo, cuando en realidad lo único que le faltaba era confianza y justicia. Cuando los que le cerraban la puerta a la titularidad dejaron de cobrar, y se marcharon rápido, Marenyà tuvo por fin una serie de partidos seguidos. Lo demás vino solo, porque el carácter se demostraba pidiendo la pelota cuando el miedo invita a esconderse, y el trabajo a base de acumular kilómetros en las piernas. El proceso Marenyà se calca con matices ahora con Meseguer: los dos de Vila-real, los dos mostrando un compromiso esencial en la cruzada contra prejuicios para imponerse como futbolistas de verdad, los dos reconvertidos desde la mediapunta a posiciones más retrasadas, los dos con una elegancia impropia del infrafútbol, y los dos muy queridos en la grada de Castalia.

Los dos tienen también fama de tímidos, pero cuando se relajan y hablan conviene escucharlos. Los dos también al pisar el verde se transforman: lo que fuera es prudencia dentro es personalidad y valentía. «No lo sé explicar», me dijo Meseguer en tono de confidencia, «debe ser como un cocinero al entrar en la cocina, o un pez en el agua, yo en el campo soy otro». También me dio la clave de todo esto, la de Jordi y la suya, la pauta básica de algo que por ejemplo, y es la última vez hoy que me llamo estúpido, yo comprendí cumplidos los 30 años: que para jugar a fútbol hay que correr como un cabrón, hay que correr como si fueras el malo del partido del patio del colegio, hay que correr como si te fuera la vida en ello porque en realidad te va la vida en ello. «Jugadores con calidad hay muchos, pero jugadores con calidad que corran hay menos»; Meseguer, que nunca lo olvide.