Crítica

El país a la deriva de "Oposiciones"

Más allá del destino individual del protagonista, la novela de Enrique Galindo (Castelló, 1978) es el vivo retrato de un país a la deriva y en la antesala misma del desastre

Ibon Mimentza de Irala (*)

Las grandes crisis sociales son un buen caldo de cultivo para grandes novelas. Era de esperar por lo tanto que la situación por la que atraviesa actualmente el estado español pudiera brindarnos al menos alguna obra de calidad. Tal es felizmente el caso de «Oposiciones», la segunda obra del abogado y novelista castellonense Enrique Galindo (1978), ganadora este año del V Premio Internacional de Novela de Ediciones Irreverentes. Ambientada en los primeros tiempos del estallido de la gran burbuja inmobiliaria, cuenta la historia del descarrilamiento de la vida del joven adulto típico que no se explica lo que ha ocurrido ni cómo ha llegado hasta el punto en que el que se encuentra su vida.

Más allá del destino individual del protagonista, esta novela es el vivo retrato de un país a la deriva y en la antesala misma del desastre. Lejos de perspectivas simplificadoras, Galindo explora la realidad de un modo de existencia social autocomplaciente y abocado al fracaso; lo hace sin concesiones, sin excusas y con ironía, mucha ironía.

La obra está dividida en dos partes en continuación directa. La primera está ambientada en la ciudad de Castellón y lugares cercanos como Marina d´Or; pivota básicamente alrededor del piso que el protagonista se ha decidido comprar. La segunda parte narra el extraño vagabundeo del personaje principal una vez materializado su naufragio, saliendo de Castellón para buscarse la vida en esos pueblos olvidados (¿quién piensa en ellos?) desperdigados en los páramos de Teruel. Nuestro protagonista se cruza en su camino con un gran número de personajes: un poco de posible candor asoma aquí y allá, en un personaje u otro, en medio de una mezquindad generalizada que es tan banal, tan universal y tan de andar por casa que en muchos casos pasa inadvertida -incluso, nos consta ya, para muchos lectores de esta novela.

Todos estos personajes tienen la particular característica de parecer completamente reales, sacados directamente de la España de principios del siglo XXI, sin exageraciones, sátiras o afectaciones innecesarias. Definitivamente ésta no es una novela sobre templarios, lo que se cuenta aquí lo hemos visto todos. No se propone aquí una evasión de la realidad, más bien al contrario: Enrique Galindo mira al mal de frente; no a la idea del mal, sino al mal en sí: ese mal cotidiano y a primera vista pequeño por el que nos decantamos todos los días casi sin darnos cuenta, porque -queremos pensar- «no tenemos más remedio» o «no pasa nada».

Pero sí pasa: el resultado es esa guerra sorda y cotidiana de todos contra todos que da forma al telón de fondo de nuestras vidas y que desemboca tarde o temprano, a base de desarrollo en espiral creciente, en crisis económicas y sociales como la actual.

El realismo de esta novela se expresa correlativamente mediante una prosa objetiva e irónica de claro sabor flaubertiano, aunque más seca y sobria que la del gran autor francés: Enrique Galindo lleva la prosa de Flaubert a una austeridad justa, preocupada sólo por lo estrictamente necesario, sin adornos, sólo contando lo que el lector necesita para comprender la historia sin mayor distracción;el disfrute que se apodera del lector a medida que avanza por las páginas testimonian en favor de la particular belleza de esa prosa a través de la ironía y el juego, que están ahí pretendiendo no ser advertidas.

No puedo concluir esta reseña sin destacar los paralelismos y las relaciones que se pueden establecer entre esta novela y la que probablemente es la mejor película jamás filmada en el estado español: El verdugo, de García Berlanga. Más allá de la cuestión de la pena de muerte (que realmente no tiene tanta presencia ni trascendencia en la película), y siendo historias completamente diferentes, los ambientes de «El verdugo» y de «Oposiciones» se parecen extrañamente entre sí. No en un sentido físico¸ pero sí en un sentido espiritual. Al igual que Berlanga, Galindo nos muestra esa mezcla de mezquindad banal y un poco de candor que hacen que ambas obras se remitan unas a otras sin que en la superficie se parezcan en nada, salvo en el hecho de que el desencadenante de la historia es el deseo de tener un piso en propiedad.

Casi se podría decir que la primera parte de «Oposiciones» es «El verdugo» cuarenta años después: donde antes había matrimonio hoy hay «pareja», donde antes había trabajo estable hoy hay empleos basura y donde antes había hipotecas hoy hay€ hipotecas. Berlanga muestra los mecanismos psico-sociales y morales que subyacen a la cultura española -la de verdad, la que funciona en la calle- a través de una historia truculenta e improbable; realmente no había otra opción: Berlanga tenía que recurrir a una historia extrema para mostrar cómo esos valores podían llevar al menos una vida al desastre.

Galindo, cuarenta años después, explora qué es lo ocurre con esa cultura cuando ni siquiera las instituciones sociales pueden dar cauce y poner frenos: Sin religión, sin trabajos estables y sin verdaderos compromisos amorosos y sociales el piso parecía ser el último baluarte sobre el que edificar una vida. De hecho parecía que, por arte de birlibirloque, el piso podía convertir en estable una economía, un trabajo y una pareja que se han resquebrajado ante nuestros ojos en tanto que instituciones sociales y valores.

Ciertamente en los días líquidos que corren Galindo no tiene que exagerar a lo Berlanga para sacar a la superficie ese «reverso tenebroso» de la vida de la gente común que las tonterías de moda (ya sean políticas o pseudo-espirituales) pretenden ante todo hacer como si no existieran y como si no fueran reales. Sea como sea, en medio de la historia asoma de forma precaria, discretamente y como por casualidad, un personaje distinto, un exfutbolista que tal vez sea la única respuesta cabal a la desintegración espiritual y material que se retrata y diagnostica en esta novela.

Como ocurre con toda gran obra literaria, no piense en nada: olvídese de todo lo que usted cree saber de antemano (incluyendo esta reseña), ponga su mente en blanco y simplemente déjese llevar.

(*) Ibon Mimentza de Irala es investigador

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