MI PUNTO DE VISTA

El crecimiento demográfico (¿o no?)

Federico Rivas

Ala vista del devenir histórico y sin que ello presuponga una interpretación materialista de la historia, sino la constatación de unos hechos, en la economía capitalista, sólo hay dos grados de libertad: estos son el crecimiento y el ahorro.

Puesto que, como ha quedado dicho en artículos anteriores, la experiencia histórica sugiere que el principal mecanismo que permite la convergencia es la difusión de los conocimientos, tanto a nivel internacional como doméstico, ya tenemos claro que los países pobres han alcanzado y están alcanzando a los ricos, en la medida en que llegan a alcanzar el mismo nivel de saber tecnológico, de cualificaciones, de educación (véase China, India, Corea y otros) y no, en modo alguno, mediante la inversión de los ricos en los países pobres; dicho de otro modo, y no siendo los países pobres propiedad de los más ricos.

Ante esto, tenemos que pararnos a investigar profundamente el papel de crecimiento para conseguir la convergencia.

Pero cuando hablamos de crecimiento está envuelto tanto el crecimiento de la producción como el demográfico, siendo éste último más importante, incluso, que el primero.

En cuanto al crecimiento demográfico, según los datos disponibles, tanto históricos como la proyección hasta el año 2100, el escenario que se presenta, después de haber vivido el que suscribe el período de mayor incremento de la población en el mundo, no está claro.

El gráfico adjunto nos muestra tanto los datos históricos como las previsiones de la ONU para el presente siglo XXI.

De su análisis se desprende que acabamos de salir de un proceso de aceleración indefinida del ritmo de crecimiento demográfico. Entre los años 70 y 90 del siglo pasado, la población mundial se incrementó a más de 1,8 % anual, casi tanto como el récord histórico absoluto observado entre los años 50 y 70 del mismo siglo, al 1,9 %.

También se desprende que el crecimiento demográfico del planeta ha discurrido a través de una curva en forma de campana durante el periodo que va desde el año 1700 hasta hoy y, según la previsión, hasta el año 2100. Es necesario precisar que el débil crecimiento demográfico previsto para la segunda mitad del siglo XXI (0,2 % entre 2050 y 2100) se debe completamente al continente africano con un incremento del 1 % anual, mientras que América se estanca al 0,0 % y disminuye al -0,1 % en Europa y, todavía más al -0,2 % en Asia.

¿Vamos, pues, a llegar a un crecimiento demográfico negativo? Aunque estas previsiones de la ONU son relativamente inciertas, francamente hay que reconocer que pequeñísimas variaciones en el número de hijos que unos y otros deciden tener, pueden entrañar considerables efectos a nivel de una sociedad entera. Y la historia demuestra que la elección de la tasa de fecundidad depende, a la vez, de consideraciones culturales, económicas, psicológicas e íntimas, dependientes de los objetivos de vida que los individuos se fijan para sí mismos; pero también pueden depender de las condiciones materiales que los diferentes países decidan poner en marcha, o no, para conciliar la vida familiar y la profesional (escuelas, parvularios, igualdad de sexos, etc.) cuestión que según Piketty será una parte importante de los debates políticos públicos durante el siglo XXI.

Piketty hace una reflexión sobre la situación de Europa y América en los años 1780, cuando los países de Europa occidental alcanzaban ya más de 100 millones de habitantes, mientras que América del Norte apenas alcanzaba los 3 millones. ¿Quién iba a pensar que se iba a alcanzar un equilibrio?

En efecto al principio de los años 2010 Europa occidental sobrepasa escasamente los 410 millones, contra 350 millones de América del Norte. Casi nos han alcanzado, proceso que según las previsiones de las Naciones Unidas finalizará de aquí a los años 2050, cuando Europa occidental alcanzará difícilmente los 430 millones contra más de 450 millones que alcanzará, sobradamente, América del Norte.

Y este alcance desde los años 1780 no se explica solamente por la tasa de inmigración, sino por unas tasas de fecundidad que han sido mucho más altas en América del Norte a pesar de la inexistencia de políticas familiares.

¿Acaso lo puede explicar una mayor fe en el futuro, un optimismo propio del Nuevo Mundo, una más fuerte propensión a proyectarse uno mismo y sus hijos, en un mundo en crecimiento perpetuo? Tratándose de cuestiones complejas no hay que excluir a priori ninguna explicación psicológica.

Pero, atención, nada está escrito por anticipado, dice Piketty, pues el crecimiento demográfico americano no cesa de declinar y si los flujos migratorios en dirección a la Unión Europea continúan aumentando, y la tasa de fecundidad aumenta, o si la diferencia de esperanza de vida entre Europa y América se torna en la otra dirección, todo puede cambiar. Las previsiones de la ONU no son certezas.

La complejidad de las selecciones individuales, de las estrategias de desarrollo y de las psicologías nacionales, tanto como de los resortes íntimos y de las voluntades de poder, hacen que nadie pueda prever lo que serán los desenvolvimientos demográficos en el siglo XXI.

La tasa de fecundidad alemana, italiana, española y polaca ha bajado de 1,5 hijos por mujer durante los años 2000 y, solamente, el aumento de la esperanza de vida, junto con los fuertes flujos migratorios ha permitido evitar una rápida caída de la población.

Piketty indica que la hipótesis más probable para la tasa de progresión de la población mundial durante los próximos siglos será muy por debajo del 0,8 % actual; de hecho, la previsión oficial está entre 0,1 % y 0,2 % anual, cosa que a Piketty le parece plausible; y en cuanto al crecimiento demográfico de cada país que tiene consecuencias para el desarrollo y la potencia comparada con otras naciones, no solamente tiene estos efectos sino que tiene también implicaciones muy importantes para la estructura de las desigualdades, pues un crecimiento demográfico fuerte tiende a desarrollar un rol igualador, pues disminuye la importancia de los patrimonios que vienen del pasado, es decir de la herencia, y cada generación debe, de algún modo, construirse por ella misma. En efecto, pone Piketty, un ejemplo extremo: si cada pareja tuviera 10 hijos no habría que tener en cuenta la herencia, pues todo sería dividido por 10 a cada generación; en una sociedad así el peso de la herencia queda totalmente reducido y para cada uno, en la mayor parte de los casos, es mejor y más realista confiar en su propio trabajo y en su propio ahorro. Y lo mismo aplica en países donde la población se renueve constantemente por la inmigración, donde la mayor parte de los inmigrantes llegan sin patrimonio importante; aunque este fenómeno implica otras consecuencias pues no se puede comparar totalmente a cuando el dinamismo proviene principalmente del incremento natural de la población, es decir, de la natalidad.

La conclusión sería que en la situación actual, el crecimiento de la población, que aunque es débil, tiene a largo plazo su importancia, y el crecimiento económico, son la fuente de la igualación de los destinos de los pueblos.

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