Terminó el breve prólogo de la feria de la Magdalena de Castelló con la celebración de un espectáculo de rejones, que ofreció un cartel inédito por estos lares, y en el que no estaban presentes los dos triunfadores de la corrida del año pasado de esta misma especialidad.

Con todo, la asistencia de espectadores a la plaza se puede calificar de más que aceptable, ya que en los tendidos del coso castellonense se dieron cita un buen número de aficionados al arte del rejoneo, aunque no tantos como en ocasiones precedentes. Una especialidad ésta la ecuestre que cuenta con muchos adeptos. Y también con un público que ofrece unas características siempre muy singulares y definidas, y diferentes al de los festejos de a pie.

Como suele ser habitual, el festejo se desarrolló con el argumento que suele ser propio de los mismos. Hubo un cuarto de hora de rodeo a cargo de los actuantes tras el paseíllo. Y luego una serie de innumerables e inacabables saludos de los rejoneadores: tras el desfile de cuadrillas, cada vez que colocaban un rejón o una banderilla y salían del embroque, cada vez que salían al ruedo tras cambiar de cabalgadura y cada vez que brindaban cuando cogían un hierro para clavar.

Y la gente tan contenta, respondiendo incansable a estos montaraces estímulos. Al igual que gritaban enardecidos o se choteaban tan pronto un auxiliador saltaba al ruedo para tratar de fijar al toro. Con todo, una apacible modorra pareció hacer presa en el respetable a lo largo de todo el festejo, sobre todo en la primera parte del mismo.

El encierro de Castillejo de Huebra exhibió una presentación lustrosa. Sobrados de cuajo y romana, los toros tuvieron un gran fondo de nobleza y templanza, propia de su encaste murubeño.

Noblón y bonancible resultó el que abrió plaza, que tuvo una acusadísima querencia a la boca de riego desde que saltó al ruedo y allí se tuvo que desarrollar su lidia. Mansurrón y desentendido el segundo, aunque al tran tran se dejó y resultó muy manejable. Parado, muy rajado y a la defensiva el tercero, el grandón cuarto hizo una espectacular salida de chiqueros y luego no se cansó de perseguir a las cabalgaduras a lo largo de toda su lidia. También se dejó el voluminoso quinto, que obedeció mucho y el protestado sexto se paró pronto aunque dejó llegar mucho a su matador.

Fermín Bohórquez anduvo sobrio y correcto ante el que abrió plaza, en una labor entonada que no obstante tuvo un escaso eco en los tendidos. Sobresalió en un par a dos manos.

El portugués Rui Fernandes, perfectamente vestido a la Federica, llegó en cambio mucho a la gente en una labor comunicativa y vibrante, en la que sobresalió por sus balanceos, piruetas y requiebros en la cara del astado. Pero lo emborronó todo al despenar a su oponente de dos infamantes puñaladas.

Sergio Galán tuvo que esforzarse ante su parado y rajado antagonista, que le dio muy pocas opciones. Aun así, fue capaz de recibirle frente a la puerta de chiqueros y luego se lució al clavar reunido y arriba, en una faena en la que dejó llegar mucho al toro pisando terrenos de compromiso y en la que todo tuvo que hacerlo él.

Leonardo Hernández firmó los mejores momentos de la tarde. Templó y toreó de salida, cabalgó a dos pistas, lució por su espectacular monta y sobresalió en el epílogo de su labor al clavar lo cortas al violín.

Manuel Manzanares anduvo tan entusiasta como eléctrico, revolucionado y algo atarantao en una labor vibrante y emotiva. Fue derribado con su caballo Secreto, por fortuna sin consecuencias. Tuvo la virtud de clavar siempre al estribo y no a la grupa.

Y Luis Valdenebro, quien manejó unos rejones de enorme tamaño, estuvo voluntarioso, entregado y muy dispuesto. Eso sí, le protestaron algo las monturas y mató a la última.